domingo, 22 de septiembre de 2013

Capítulo 9 - Y dejará de llover



                Al día siguiente decidí tomarme un pequeño descanso de la realidad. Llamé a Paula, quien por supuesto estaba disponible para dar una vuelta por Londres. Un tiemplo nublado y con chubascos amenazaba de lluvia, pero tentando a la suerte y arriesgándome, decidí coger parte de los ahorros y desfogarme.
                Paula consiguió su plan de aquel día. Llevándome por mi suerte al centro de la ciudad, nos perdimos entre las muchas tiendas de ropa. No abusé aquel día, no debía abusar, pero toda la ropa que ya era magnífica por sí sola, adquiría valor a ojos de Paula.   
                -Venga ya, te quejas de no tener ni un duro y lo primero que haces es ir a comprarte ropa –Se quejó ella, sentándose en un banco del parque.
                -Lo he cogido de unos ahorros para estos casos –Me defendí con serenidad -. Me apetecía desconectar un poco hoy, y ya está. Me entiendes en esto.
                -Sí, Anne, ya lo sé. Es solo eso… últimamente andas desaparecida, rehúyes de todo. Sé que eres así, pero esta vez es raro.
                -Fue lo de la obra. Y supongo también  que estaba bloqueada totalmente.
                -¿Y ahora cómo estás?
                Fruncí el ceño. Tenía que admitir, muy a mi pesar, que cierta parte se debía a la marihuana, a la droga. Era una pequeña decaída, sabía que aquello me haría desconectar y sin duda lo había hecho. Y también se debía a Dougie. O el desconocido de Dougie. No sabría decir con precisión. Era, más allá de lo que conocía de él, un desconocido, pero se dejaba conocer. Tenía que admitir que ya no le veía como tal, le había conocido o por lo menos lo que me había dejado ver de él. Al menos para mí eso no era de un desconocido.
                -Estoy desconectando.
                -¿Y eso es bueno? –Se rió vacilando.
                -Sí, la verdad es que sí –Dije, y una pequeña sonrisa se escapó de mi comisura.


                El sábado amaneció con una fuerte llovizna que incrementó  a lo largo del día. Podía notar mi cuerpo flaquear junto al tiempo, pero aún así, me animaba. Suspiré enfrente del cristal, viendo circular a los coches bajo mi vista y como se encapotaba el vaho sobre la ventana. Era un día gélido, perfecto para que saliese.
                Comí lo más ligero que encontré en la vacía nevera. Tenía que ir a comprar,  pero lo odiaba. Suspiré y aplacé a más tarde la tarea, y me resigné a ver el móvil que aún descansaba sobre el sofá. Mi superstición de las llamadas no falló; siete llamadas perdidas de Logan, incluso aquella mañana cuando aún estaba en brazos de Morfeo. Reprimí una pequeña carcajada, pero cuando estaba a punto de llamarle, el móvil volvió a sonar.
                Logan. Descolgué de inmediato.
                -Buenos días –Saludé mientras me dejaba caer en el butacón de cuero.
                -¿Pero dónde estabas, desaparecida? –Oí su voz relajarse a cada palabra. Entendía el alivio que haberle respondido al móvil -. Te estuve llamando anoche para salir un rato.
                Fruncí el ceño. Lo sabía, había oído las llamadas pero no quise. Suspiré mientras jugueteaba con un hilo suelto de mi pantalón, y obligué a las palabras a mentirle:
                -No me apetecía salir.
                -¿Te encontrabas mal?
                -No, es solo que… -¿Era solo qué? La verdad hubiese sonado demasiado fuerte, demasiado dura para él y desconcertante. Era solo que me apetecía volver a desconectar, volver a colocarme, tal vez volver a tener la compañía de alguien que no me iba a juzgar -. Que estuve trabajando en una nueva obra.
                -Vaya, pues me alegro entonces –Un silencio largo se profundizó -. Ahora estoy en la papelería de Johnston, ¿te apetece que me pase por tu casa un rato?
                -Está bien. Te espero aquí –Dije. Me despedí de él y colgué.
                Logan no tardó en llegar. De nuevo, su presencia trajo consigo el perfume que ya tanto conocía. Se quito la chaqueta y se dejó caer en el sofá, mientras dejaba escapar un resoplido. Las puntas de su cabello goteaban sin cesar.
                -¿Llueve mucho, no? –Pregunté mientras buscaba algún mechero por la estantería. Detrás de mí, oí el sonido del televisor encenderse.
                -Sí, pero más tarde dejará de llover.
                -¿Y cómo lo sabes? –Me giré vacilando, mientras levantaba una ceja.
                -¿Alguna vez fallo en la meteorología? –Me guiñó un ojo, mientras volvía a centrarse en el televisor.
                Finalmente encontré lo que buscaba detrás de mi vieja colección de libros de Zafón. Fruncí el ceño mientras observaba el libro, cubierto de una pequeña capa de polvo que oscurecía la portada. Abrí mi mano para ver el mechero y me extrañé al verlo. Aquel mechero no era mío.
                Tenía una “tela” voluminosa que cubría el decorado del mechero, y en ella se dibujaba una hoja de marihuana. Grande y con sombra. Tenía que admitir que aquel mechero tenía estilo, y no tardé en caer en la cuenta de quien era el dueño.
                Dougie.
                -¿Y ese mechero? –Oí detrás mia. Logan había volteado la cabeza y miraba mis manos, las cuales iban girando el mechero poco a poco.
                -No es mío. Al parecer me lo llevaría sin darme cuenta y habrá acabado ahí.
                -¿Eso es una hoja de marihuana? –Se levantó rápidamente. Intenté escabullirme, pero su brazo rodeó mi estómago mientras con sutileza y sin complicación arrebataba el mechero de mi mano. Intenté zarandearle, pero  no tardó en inmovilizar mis manos -. ¿De dónde lo has sacado?
                -Logan, me haces daño –Mentí intentando soltarme, pero él no se inmutó. Ya conocía mis mentiras. Siguió mirando el mechero con esmero.
                -¿De quién es? –Volvió a repetir.
                -El chico que te dije que conocí en Westminster –Su ceño se frunció y su mirada subió hasta mis ojos. Noté como aquellos ojos azules volvían a preocuparse.
                -¿Fuma marihuana?
                -Sí –Admití.
                -Lise…
                -No me pongas esa cara –Pedí mientras me zafaba de su mano. Le quité el mechero con rapidez, y sus ojos se profundizaron más sobre los míos. Odiaba aquella mirada, aquel gesto que había en ellos y se ocultaba, callado -. ¿Qué te ocurre?
                -¿Has fumado marihuana? No quiero que fumes.
                Noté el primer pinchazo de remordimiento.
                -No he fumado marihuana, tranquilo.
                -¿Seguro?
                -Logan, déjame en paz –Salté, pero no se ofendió. Agradecí aquel esto, y que me conociera tan bien -. Le devolveré el mechero cuando le vea y ya está.
                No dijo nada más. Sus ojos me observaron con firmeza un poco más, y finalmente una pequeña sonrisa se formó en sus labios. No era buena, no era alegre. Tal vez estaba llena de preocupación, o miedo, o incluso otro sentimiento que se alejaba a lo que yo podría sentir.
                -Paula me ha dicho que cuando anochezca se pasará por allí –Dijo, refiriéndose a Westminster -. ¿Te vienes?
                -Está bien –Acepté por inercia. Era costumbre, demasiado habitual -. Y reza para que tu superstición no falle.

                -No te preocupes, nena –Dijo con una pizca de gracia mientras me guiñaba un ojo.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Capítulo 8 - Lejanía




El día siguiente, Jueves, transcurrió con la misma rutina. Paula se había distanciado de nuestras escapadas a nuestro lugar, por motivos de trabajo y encargos, y a pesar de que me frustrara, en cierta parte me alegré. La noche cayó, y pude observar con tranquilidad como la lluvia no había ido en contra mía aquella noche. A pesar de que una fina niebla se levantaba varios centímetros del suelo, una brisa fresca aterciopelaba la noche.
                Dejé caer el móvil entre los cojines, alejándolo de mí. Salí de mi casa, y en aquel momento, oí la llamada. Sabía de quien se trataba, sabía que quería aquella llamada, pero entre un suspiro, me paré a pesar un segundo. En mí.
                Aquella noche no quería quedar con Logan. No con él.

                Tal como supuse y adiviné, el desconocido allí estaba. En aquel momento, solo el gorro que vestía siempre le cubría. La bufanda había desaparecido, y nada más me situé a ciertos metros delante suya, avanzando a paso lento, sus ojos se alzaron, percatándose de mi presencia. Sonrió como saludo, y su rostro, delgado y sus pequeños ojos se achinaron con confianza. No pude evitar apartar la seriedad de mi rostro, y sonreí también.
                -¿Siempre andas por aquí? –Le pregunté con soberbia.
                Dougie se encogió de hombros. Se separó de la valla, y adelantó varios pasos hacía mí.
                -Creía que ibas a aparecer con… -Frunció el ceño con sarcasmo -. ¿Logan?
                -No, hoy no.
                Doug amplió aún más su sonrisa. Negó suavemente con la cabeza, y entonces, pasó  por mi lado, ignorándome. Me giré para verle, quieta, y entonces él se giró, sonriéndome ampliamente.
                -Ven, he localizado un buen sitio.
                -¿Qué sitio? –Pregunté, pero comencé a seguirle, sin rechazar.
                -Un sitio más tranquilo –Su mirada se frunció. Supe que quería relajarse, dejar de estar tenso por la gente.
 Tal vez es un poco marginado, justifiqué buscando una escusa. Callé durante todo el camino, manteniendo las distancias y siguiéndolo a escasos pasos. Al igual, sabía que prefería no hablar andando.
                Sus pasos nos condujeron a un pequeño parque infantil escondido entre unas pequeñas fincas. Se sentó en un banco, delante del tobogán. Sin saber por qué, me dejé caer en este y me tumbé, viendo el cielo y las pocas y pequeñas estrellas que se observaban. Dejé escapar un suspiro mohíno.
                -¿Qué te ocurre?
                Esperé a contestar. Era extraño contestarle a aquellas preguntas. Me resultaba extraño, generalmente, contestar a esas preguntas. Pero yo también necesitaba desahogarme.
                -¿Sabes? A mi me gusta escribir. Pero… no sé si valgo para ello.
                -¿Cómo que no sabes si vales? Si te gusta, debes tenerlo claro.
                -Quiero decir… yo creo que sí, pero, ¿y si es que no? –Me encogí de hombros, a pesar de no saber siquiera si me observaba -. He intentando mucho, pero no consigo nada.
                -Pero es que se trata de intentar, ¿qué te crees? –Torcí la cabeza y le observé de soslayo. Sabía que estaba observándome -. Yo… yo tenía una banda. Y el día en que asistí a las pruebas como miembro, creí, tenía claro que no me iban a coger. Que era una estupidez presentarme allí… Creía que habían mil mejores, y yo era una piedra comparado con una montaña. Pero me cogieron.
                -¿Tenías una banda? –Pregunté, sorprendiéndome y sentándome para observarle.
                Su rostro se frunció, pero su mirada permaneció alejada, sin observarme.
                -Bueno, sí. Hice la prueba cuando tenía quince años.
                -¿Y de qué te escogieron?
                Entonces, una sonrisa alegre, llena de recuerdos se escapó de sus labios. Sus ojos se alzaron, y mirando alguna parte, pareció hablar con total tranquilidad.
                -De bajista. Vomité antes de entrar y todo… pero salí de allí sano y salvo, y además, siendo bajista. Por eso te digo que no te rindas. Si es lo que vales, si sabes que es lo que quieres, entonces lo puedes conseguir.
                -Ni siquiera has leído algo mío para basarte en ello.
                -¿Y qué? Eso deberías de saberlo tú. Yo solo te estoy diciendo, que si sientes que es lo suyo, entonces, puedes.
                -Pero… no sé. Ya hubiese conseguido algo.
                -El tiempo también se retrasa, chica –Sonrió, y sin evitarlo, sonreí. Me tentó decirle mi nombre, pero mantuve los labios apretados, oprimiendo la tentación. Sonrió aún más, pareciendo leer mi mente y apartó la mirada de mí -.¿Quieres fumar esta noche?
                -No, gracias… -Sus ojos se levantaron, analizándome -. Hablo enserio. Esta noche… no.
                -Lo que tú quieras, preciosa.
                Fruncí el ceño ante aquel piropo pero no le dije nada. Me concentré, al igual que él, en liar aquel porro. El silencio, con el tráfico a lo lejos y el ruido de televisores en las casas de al lado cerca se convirtió en nuestro entorno hasta que terminó de liar. Tal cual esperaba, un porro perfectamente hecho.
                -¿Tú fumabas antes? –Me preguntó entonces Dougie. Con ligereza, se quitó el gorro y se removió su cabello rubio. Un corto flequillo se dejó caer en su frente, y entonces encendió su porro.
                Su rostro se iluminó sutilmente gracias a la pequeña llama. Podía dejar de ver a aquel tipo como un desconocido, y me di cuenta de que poco a poco la confianza estaba apareciendo en nosotros. Sonreí con disimulo, tomándome mi tiempo para contestar. Sabía que él me dejaba mi espacio para reflexionar antes de hablar, algo que me costaba encontrar.
                Tal vez por ello, la idea de conocerle más no me asustaba. Al fin y al cabo, le empezaba a descubrir más, a saber más de él, pero no íbamos  a llegar muy lejos. Ni él  quería hacer amistad conmigo, ni yo con él. O eso creía yo en un principio.
                -Hace años –Fruncí el ceño -. Con unos viejos amigos. Fue una época en la que… nos alejábamos de todo. La vida perfecta, sin preocupaciones. Pero no tan perfecta como creíamos.
                -Te entiendo…
                -¿Pero sabes? A pesar de ello, no me arrepiento tanto –Me encogí de hombros -. No estaba bien lo que hacía, pero… pero al menos viví buenos tiempos.
                Y sin darme cuenta, dejé caer todo lo acumulado, todo lo callado y reservado en Dougie. En alguien, lo suficientemente cerca pero lejano como para sincerarme.


                Terminé suspirando a tiempo que echaba el humo. No pensaba, no quería hacerme cargo de las consecuencias o opinión de aquello, de modo que por una noche, pasé de todo lo que había seguido hasta ahora y fumé.
                Podía notar el humo afectar a mi cabeza. Mi visión se oscurecía suavemente, y notaba como mi cuerpo flotaba en una pequeña nube, pero cargaba con mi peso. La respiración de Dougie era tranquila a mi lado. No había fumado ni en comparación a lo que él, pero me había excedido.
                -¿Qué hora es? –Pregunté, oyendo mi voz lejana. Estaba en otra parte.
                -La una de la noche.
                Resoplé alterada, pero no noté ninguna alteración en mi cuerpo. Estaba relajada, sin preocupaciones. Me daba igual madrugar mañana, acostarme tarde hoy y la compañía de tal desconocido en aquel caso. Al fin y al cabo, era Dougie. No le conocía, no conocía nada de aquello. Y no era más que una noche de desconexión.
                -¿Te tienes que ir?
                -Debería irme.
                -Si quieres puedo acompañarte varias manzanas.
                Fruncí el ceño y me giré para verle. Ya nada escondía su rostro. El gorro, en compañía de la bufanda habían desaparecido y su flequillo se curvaba con ligereza hacía arriba. Noté un escalofrío aliciente; debía admitir que era guapo. Realmente guapo.
                -No quiero que me acompañes. Puedo coger un taxi, no te preocupes.
                Una carcajada burlona rió en medio del silencio.
                -¿Sueles repeler tanto a la gente?
                Sonreí.
                -Siempre.


lunes, 2 de septiembre de 2013

Capítulo 7 - Callejones de humo



                Ya eran casi las diez cuando me escabullí del bar a Westminster. Una niebla suave y ligera embriagaba las calles Londinenses, y el frío rasgaba las pieles más sensibles que rozaba. Me apreté la bufanda con firmeza y me dejé llevar por mi camino de la orilla tan conocido. Ya no sabía porque iba allí, pero me ayudaba a despejar ideas.
                ¿Nunca, alguna noche, en algún lugar, os habéis parado a pensar más a fondo? En algún campamento, en medio del silencio o la noche, con un paisaje tranquilo y un entorno estable. Así era yo cuando me encontraba allí. Suspiré mohínamente, y me dejé apoyar sobre la valla que separaba el río del camino.
                Miré a ambos lados en medio del segundo. Y tal como suponía, allí estaba la misteriosa pero un poco más conocida del chaval, a tres metros o así de mí. Su cabeza se movió en mi dirección, a lo que me quedé oteando callada. Su figura, de pronto, se empezó a mover dirección a mí.
                Sonreí mientras escondía mi nariz en la bufanda y dejaba de verle. Fijé mi mirada en los casi invisibles pececillos que rondaban por el agua de cerca, y no tardé en notar el calor de su presencia. Fue silenciosa, ligera, pero pude notar la compañía de aquel extraño individuo.
                -Hola –Saludó con aquella voz. Inocente, pero aún así ocultaba cientos de cosas.
                -¿Y bien? –Pregunté, girando mi cabeza para verle de soslayo.
                -¿Qué ocurre?
                -Creía que seguía siendo una desconocida para ti.
                -Y lo eres; no sé ni cómo te llamas –Noté como se apoyaba, imitándome, sobre el frío hierro de la valla. Vi relucir sus ojos, y sin darme cuenta, giré la cabeza para fijarme en ellos -. Vine a traerte esto. Te dije que te los devolvería.
                Bajé la mirada para ver como sus guantas sujetaban dos paquetes de tabaco. Preciosos y delicioso tabaco ya hecho, una nueva perdición para mí. Me deshice con cuidado de la bufanda, dejando ver mi cara, pero fruncí el ceño entre una mezcla de confusión.
                -No hacía falta, eh Dougie.
                -Quería devolvértelos. Anda ten –Me los tendió. En aquel momento, me avispé de que podía contemplar su rostro entero. Ya no se preocupaba tanto en ocultarme su rostro, y aquella tez suave impropia para lo que dejaba ver me observó -. Y no me llames Dougie.
                -Acepto uno; el otro ya lo tienes para marihuana –Dougie sonrió de lado, con cierta picardía -. ¿Por qué no quieres que te llame por tu nombre?
                -Porque ni siquiera yo sé el tuyo –Vociferó sonriendo y volviendo a apoyarse sobre la valla.
                -¿Y te frustra?
                -No tanto, pero un poco sí –Sonrió con soberbia. Sus ojos azules verdosos me observaron con cuidado  y en silencio. Noté su mirada pasar por cada mínimo detalle, analizándome, y el rubor cubrió mi rostro sin evitarlo -. ¿Cómo estás, agradable desconocida?
                -Oh, genial, pero sigo sin entender el por qué le hablas a esta desconocida y ni le preguntas el nombre –Pregunté, carcajeando. Una sonrisa curtida se embozó en sus labios -. Es extraño.
                -Porque me lo tienes que decir tú –Alcé una ceja -. Yo te dije el mío sin que preguntase. Quiero que me digas el tuyo cuando así lo quieras tú.
                -No te lo voy a decir, entonces –Sonreí  con maldad.
                -Eso es lo que me gusta, y el por qué sigo hablando contigo –Empezó a reír, pero su compostura volvió a erguirse de pie -. ¿Me acompañas?
                -¿A fumar? –Pregunté disimuladamente. El asintió con ligereza -. ¿Quieres te acompañe?
                -Oh, bueno… sí –Dougie frunció el ceño. Su cara, delgaducha adoptó una mueca llena de ternura. Seguía mi subconsciente sin creer que aquel muchacho fuese tan drogado -. Me divertí bastante el otro día. Además, aprovecho hoy que no has venido con tu amigo.
                -Logan –Dije.
                -Ese –Sonrió muy levemente -. ¿Entonces, te vienes o no?
                Sonreí ampliamente. No sabía exactamente el por qué, pero aquello me gustó. El mismo desconocido que pretendía ocultarse de los demás, el mismo que no quería que nadie le viese ni supiese de él y sus vicios, se me estaba abriendo a conocer con tanta facilidad que parecía que se le escapaba. Me ruboricé por aquel detalle que él parecía no darse cuenta, y asentí levemente.
                -¿Dougie, no? –Pregunté. Comenzó a andar, pero no dejó de mirarme con el ceño fruncido, sin entender -. ¿Quieres saber cómo me llamo?
                -No –Sonrió convenido -. No tengo el más mínimo interés.
               

                El callejón solitario lo recibí con mejores brazos aquella noche. Dougie no tardó en apoyarse en una de las húmedas paredes, junto a un banco, y yo me situé delante de él. No tardó en comenzar a liarse una de aquellos porros que él se hacía, y yo, callada como siempre, me fijé en su forma ya experimentada de liar.
                -Puedes hablar –Dijo sonriendo.
                -Me gusta ver como lías.
                -¿Te gusta? –Se rió -. ¿Quieres probar tú?
                -¿A liar un porro? –Miré la hierba con cierto recelo, pero miedo también -. Nunca lo he hecho. Y puede que te lance a perder tu preciada consumición.
                -Me da igual la consumición –Terminó de pegar la pava mientras prensaba el porro con bastante rapidez –Ven, prueba a liarte uno.
                -No hace falta, en serio, puedo….
                -¿Quieres liarte uno? –Me cuestionó con firmeza. Fruncí el ceño sin contestar; no sabía que debía decir -. No pienses en pros y contra. ¿Te hace ilusión? Es solo eso.
                -Bueno, está bien, entonces sí. -Me senté sobre el posabrazos del banco, y extendí mis manos para recibir la marihuana -. Pero guíame, por favor.
                -Por supuesto que sí. Es lo más mínimo –Levantó las cejas rápidamente -. Veamos como sale esto.
                Seguí sus indicaciones tal cual me las dicto. Las manos me temblaban y sudaban, dificultándome mucho las cosas, pero tras cinco, tal vez diez minutos, terminé de liarlo con bastantes fallos. Dougie alzó las cejas, mirándolo con cierto despecho y pena, y entonces comencé a reír.
                -Venga ya, para ser la primera vez que pruebo, no está nada mal.
                -Está peor incluso que los cigarros…
                -También hay más cantidad, ¡mira! Ha salido bien gordo.
                Dougie se encogió de hombros, y finalmente, terminó por sonreír.
                -Aprobada, pero por los pelos.
                Sonreí con orgullo y le extendí aquel porro. Él lo miró con serenidad, frunciendo el ceño. Aguantó, aún sin estrenar su porro liado por él y me apartó la mano.
                -Quiero que lo enciendas tú.
                -No voy a encenderlo yo –Dije serena -. No, gracias.
                -Encenderlo no es fumar, es simplemente petárselo –Dijo, insistiendo. Intenté advertirle con una mirada, pero sus ojos me ignoraban; estaban ocupados en intentar someterme -. Venga, es tu primer porro liado. Haz el honor; es nuestra ley. Quien lo lía, se lo peta.
                -Bueno, pues yo no quiero encenderlo.
                Dougie suspiró, rindiéndose. Sus ojos me miraron con menosprecio y se encogió de hombros, adusto.
                -Está bien, comprendo que te de miedo.
                -¿Cómo que miedo? –Exclamé. Sus ojos me observaron, levemente achinados conteniendo una sonrisas-. ¿Quieres callarte? No voy a fumar porque no quiero, ya está.
                -No pasa nada por tener miedo a fumar, eh. Yo también lo tuve al principio, pero luego es la mayor tontería del mundo. Pero bueno, no hace falta que lo hagas si no vas a poder con ello.
                Noté mi vena arder y mis ojos atravesaron desafiantes y llenos de odios los de Dougie. Su sonrisa permaneció contuviéndose, y finalmente, caí dónde intentaba no caer.
                Odiaba  parecer débil. Odiaba no ser fuerte, pero también el ser cobarde y el no tener agallas. Me alejaba de la derrota, era algo propio de mí, un carácter defensivo, pero también problemático. Agarré mi porro antes de que Dougie se lo llevase a la boca, y lo situé con suavidad en mis labios. Extendí la mano pidiendo mechero y sin mirarle, pero bastó oír su respiración para notar la gracia en su voz.
                -Mechero –Exigí con voz ronca.
                -Toma –Dijo, pero de pronto, una llama apareció delante de mí. Me lo estaba encendiendo él.
                Intenté tomármelo con calma. Acerqué el rostro con cuidado, y con suavidad, aspiré una calada. Un sabor amargo, rasposo y mareante se me llenó en la cabeza, pero pude reconocer el sabor. Oh, maldita marihuana, cuanto tiempo, pensé. Di otra calada, tras otra y una más sin pararme a pesar, simplemente fumé dejándome llevar, y entonces separé el porro de mis labios. Sonreí suavemente, olvidando mi rabia y enfurecimiento, y Dougie sonrió de oreja a oreja delante de mí.
                -Me impresiona que no te hayas puesto a toser.
                -He fumado –Reproché, intentando volver a la serenidad.
                -Pero porque has querido.
                -¡Pero tú has insistido!
                -¿Y qué? Finalmente te has acercado tú el porro –Fruncí el entrecejo, cabezota y le miré mezquina -. No me mires así –Carcajeó, y se dejó caer a mi lado -. ¿Te gusta, verdad? Habrás sabido saborearla seguro. Eso se nota.
                -Está bien –Dije con vergüenza -. Así era la que me gustaba.
                -Del mismo sabor que a mí –Dougie me miró. Podía notar la sonrisa aún impresa sobre su rostro tras mis caladas. Debía admitir que aquel muchacho adicto a las drogas lograba enfurecerme, pero no tardaba en hacer que aquello desaparecía. Aquel desconocido me caía bien.
                No dejé de mirarle. Él siguió fumando, sin ofrecerme más, lo que agradecí, y estuvo atento a su porro en todo momento. A cambio, decidí darme el placer de analizarle con demora una vez más.
                -¿Qué miras? –Preguntó de pronto, nervioso.
                -¿Por qué te ocultas tanto de la gente?
                -No me oculto –Contradijo, pero ni él podía haberse creído aquellas palabras.
                -Sí, sí que lo haces. No conoces a todo Londres, pero siempre vas… pasando desapercibido. No quieres que nadie te vea nunca.
                -Porque no sería bueno. Ya sabes, llevo esto en secreto –Frunció el ceño, y en aquel momento, sus ojos azules volvieron a levantarse a los míos.
 El contacto visual comenzó a arder, y su mirada se rindió antes que la mía. Se subió suavemente la bufanda, y se ajustó el gorro, y de pronto, su rostro se oscureció aún más.
-No te tapes –Dije, sin pensar. Podía notar los efectos del cannabis comenzando a arremeter en mi cuerpo, y sin pararme a pensar, levanté mi brazo y acerqué mi mano al rostro de Dougie, con cuidado -. Eres buen chico, no eres mala persona como para ocultarte. Y… no quiero que te ocultes delante de mí. A pesar de no conocerme.
Bajé suavemente la bufanda de nuevo, y mi dedo rozó su piel. Suave, pero fría, noté un escalofrío recorrer mi dedo índice. Mi columna se convulsionó, pero sin detenerme, removí suavemente su cabello apartando un poco su gorro. Él seguía quiert, con el ceño fruncido y aquellos pequeños ojos azules mirándome, confuso, alerta, pero tranquilo. Una mirada sosegadora, y segura. Podía notar cierta confianza en ellos, y aquello me embozó una inconsciente sonrisa en los labios.
-Tú tampoco eres tan fría como te muestras.
Fruncí el ceño y aparté mi mano, alejándome de aquel confort sobre su piel, y comodidad de su mirada. Le miré con el ceño fruncido, y entonces, fue él el que sonrió.
-Todos pretendemos ocultarnos en alguien.