lunes, 14 de octubre de 2013

Capitulo 10 - "Más no significa mejor"


Muchas gracias al comentario de Vera, enserio :3 Ya tengo "escusa" para seguir el fic, gracias! Espero que disfruten de los capítulo de hoy en delante <3


Tal como había previsto Logan, un cielo despejado de nubes y tintado de un azul marino que sombreaba las calles se respiraba en el anochecer. Caminé junto a Logan hacía nuestro lugar, nuestro pequeño paseo cotidiano.
                Me apoyé sobre la valla que separaba el agua y miré a mis lados. No diferencié a Dougie, no vislumbré la gabardina ni su mera presencia. A tiempo de que sacaba mi pitillera con el tabaco, Logan se sentaba enfrente mía, sentado en el banco mientras me observaba con la mirada perdida en mis movimientos.
                -¿Qué miras? –Pregunté con firmeza.
                -Te noto un poco distinta.
                -¿Distinta yo? –Carcajeé, dándole forma a mi cigarro. De vez en cuando alzaba los ojos para encontrármelo allí, mirándome firmemente con aquella mirada azul que tanto conocía y que tan segura me hacía sentir.
                -Sí. Estás más… despejada. Ya no parece que se te vaya a estallar la cabeza con tanta presión.
                Reí sin evitarlo, consiguiendo que su pequeña risa se convirtiese en su susurro de acompañamiento. Sabía que aquello no lo debía por mal, sino al contrario. Sus ojos se achinaban, observándome feliz.
                «La droga, querido Logan» pensé mezquinamente, negando suavemente con la cabeza y sin dejar de sonreír.
                -Estoy igual –Dije sin importancia.
                -Sea lo que sea, espero que siga así –Sonrió, pero una arruga se formó en su frente -. ¿Te vienes al estudio?
                -¿A qué? Acabamos de venir, Logan.
                -Me encuentro un poco mal, y este aire frío no me está resultando de ayuda.
                -¿Y por qué no te vas a casa?
                -Si vienes conmigo, iremos al estudio. Es como una casa; no es la primera vez que vienes conmigo. Y si no, pues tendré que irme a casa.
                Suspiré con paciencia mientras desviaba los ojos de él. Fijé mis ojos alrededor, de nuevo sin ver nada sospechoso y oculto, hasta que en una bocanada de aire, noté como el viento me golpeaba a tiempo de que mis ojos reconocían una figura apartada.
                Allí, no muy lejos de dónde estábamos, una figura de un metro setenta y algo se apoyaba de la misma forma que yo. Estaba sola, en silencio, pero a primera vista, nadie se habría fijado en él. Y yo estaba acostumbrada a diferenciarlo por su aspecto.
                Era Dougie. Pero vestía un tanto diferente. Había dejado aquel día la gabardina, gorro y bufanda de lado, y vestía un amplio suéter con pitillos. Su cabello, junto a su corto flequillo desgarbado jugueteaba en su frente y una sonrisa se escondía en la comisura de sus pequeños labios.
                Parecía aquella noche alguien totalmente normal. Sin vicios, sin vida oculta, sin problemas. Solo uno más, solo un desconocido para mí.
                -¿Qué me dices? –Me recordó de pronto la voz de Logan.
                Zarandeé la cabeza, volviendo hasta allí. Logan mantenía en ceño fruncido, haciendo ver sus muecas de dolor y malestar. Me apreté los labios y replanteé la idea. De por sí, no me apetecía ir a su estudio aquella noche; tampoco volverme a casa. Me pensé la respuesta por segunda vez, y volviendo a entrelazar el contacto visual, le dije a su pesar:
                -Me quedo. Será mejor que vayas a casa y te tomes algo. Mañana hablamos, ¿está bien?
                Una sonrisa mohína se dibujó suavemente en los labios de Logan y sus ojos bajaron hasta sus pies. No quería aquella respuesta, pero yo tampoco aceptaba la que él esperaba. Asintió suavemente, y se levantó con lentitud del banco, resguardándose sus manos en los bolsillos de la chaqueta.
                -Pues nos vemos mañana, entonces –Dijo sonriendo, y se acercó unos pasos a mí. Asentí, sin dejar de mirarle, y soltando una carcajada, añadió: -Sea lo que sea que te esté pasando, déjame disfruta de este buen humor antes de que desaparezca.
                -No creo que llegues a tiempo.
                -Más me vale que sí, ¿no? –Sonrió con una amplia sonrisa, y sus brazos me atraparon en un torbellino de sosegador, cómodo y perfumado.
                Me gustaba aquella sensación, tenía que admitir, pero jamás se lo hubiese dicho a él. Admiraba sus abrazos repentinos, cargados de cariño. Abrazos que se sienten de verdad, que lograban traquilizarme cuando ni yo misma podía hacerlo. Pero en aquel momento, aquel gestó resultó más confortante de lo habitual. Era la última pieza tranquilizadora para aquel día, lo único capaz de hacerme relajar, de la forma más sana posible.
                Sí, Logan era todo lo contrario a aquel nuevo desconocido.
                -Piérdete –Le dije cuando se daba la vuelta, dispuesto a cruzar la calle. Giró su cara, sonriéndome por mi despedida y me lanzó un beso en el aire.
                No le respondí. Mantuve mi mirada junto a la suya, sonriendo, hasta que finalmente volvió a girar la cabeza. Me encendí el cigarro, concentrándome en ello y esperé a que algo ocurriese.
                Tal como esperaba.
                -Te dejo saludarme como una persona normal cuando parezco una persona normal –Dijo Dougie a mi lado, con una pizca de gracia.
                -¿No eres un desconocido? No se les habla a los desconocidos –Sonreí, y le pasé el cigarro para que fumara. No me lo rechazó.
                -Esta noche puedes considerarme amigo tuyo.
                Sonreí de lado. No había dudado en que, cuando Logan se marchase, él iba a acercarse. Siempre lo hacía; no sabía por qué, pero lo hacía. Y con eso me bastaba.
                -¿De veras? –Carcajeé -. ¿Y dónde has dejado hoy el disfraz de detective?
                Dougie me hizo una mueca con sarcasmo, lo que me hizo reírme. Me volvió a devolver mi cigarro, mientras tiraba el humo poco a poco, y sin despegar los ojos de mí. Aquella noche, estaba admirando cada detalle, cada parte de su persona como antes no había tenido posibilidad de hacerlo.      
                Resultaba desconcertante verle allí, tan abierto, tan liberal y tan normal. Casi dudaba de él, de el chico de los otros días.
                -Demuestras ser todo lo contrario a lo que he conocido yo –Dije. No era una pregunta, ni duda. Era una afirmación, la verdad. Su ceño se frunció, haciendo desaparecer toda parte de broma de la conversación.
                -Al menos conoces mis dos yo –Musitó secamente, apartando los ojos de mí y comenzando a pasear en pequeños tramos.
                -¿Por qué?
                Levantó su mirada, firme, severa. No iba de broma, no había rastro de su característico buen humor, de aquella mirada que se enchinaba al reírse. Ya sabía que aquello no era algo que le gustase hablar, pero había creído que aquella noche podía preguntarlo.
                Pero sin duda había sido estúpido. No era quién para él para saber aquello.
                -Lo siento –Me disculpé con voz grave. No estaba acostumbrada, pero debía pedirlo. Dougie se había apartado suavemente, dándome parte de su espalda y su completo silencio -. No que entrometerme. Fallo mío.
                Sus ojos se levantaron y me miraron son serenidad un par de segundos. Luego, una sonrisa volvió a aparecer de sus labios y su buen humor volvió a él. Era tan fácil el no tener problemas con él, que ni siquiera noté yo la dureza que se había formado.
                -Pero sigues siendo la desconocida que más sabe de ambos lados.
                -Pero la desconocida –Resalté con una sonrisa picarona.
                -Si ves, para mis amigos no hay parte oculta, no hay parte adicta ni nada –Me guiñó un ojo mientras me robaba el cigarro aquella vez.
                -Entonces, ¿eso  es bueno, no?
                -Depende del lado por dónde lo mires –Susurró con una sonrisa torva, y su mirada se acercó varios centímetros a la mía. El contacto de aquellos ojos verdosos me erizó la piel, y noté como conseguía alterarme.

                Mierda, conseguía alterarme.

jueves, 10 de octubre de 2013

¿Lectores?

Hola, muy buenas a todos :3 He esperado ver comentarios, señales de vida en este muerto fic pero no he visto nada, y me ha hecho plantearme el por qué seguir escribiendo si nadie me lee... no me malinterpretéis. Quiero terminar este fic, que lo lean McFlyers y les guste, y darle forma a la historia, pero me hace mucho hacerlo al ver que nadie lee el fic.

Así que por favor, está en vuestras manos que se salve el fic o no... ¡por mi si!, pero necesito algo que ver. Así que por favoor, pido un comentario de cada lector que lea y espera que siga el fic, o si no, el más mínimo tweet a mi twitter para saber quién lee
@evamcgirls

No suelo seguir de vuelta si no me dicen nada, así que de paso podéis avisarme y pedirme que os siga si queréis. Gracias a los que leen, y espero ver tweets o comentarios.
¡Feliz Octubre!

domingo, 22 de septiembre de 2013

Capítulo 9 - Y dejará de llover



                Al día siguiente decidí tomarme un pequeño descanso de la realidad. Llamé a Paula, quien por supuesto estaba disponible para dar una vuelta por Londres. Un tiemplo nublado y con chubascos amenazaba de lluvia, pero tentando a la suerte y arriesgándome, decidí coger parte de los ahorros y desfogarme.
                Paula consiguió su plan de aquel día. Llevándome por mi suerte al centro de la ciudad, nos perdimos entre las muchas tiendas de ropa. No abusé aquel día, no debía abusar, pero toda la ropa que ya era magnífica por sí sola, adquiría valor a ojos de Paula.   
                -Venga ya, te quejas de no tener ni un duro y lo primero que haces es ir a comprarte ropa –Se quejó ella, sentándose en un banco del parque.
                -Lo he cogido de unos ahorros para estos casos –Me defendí con serenidad -. Me apetecía desconectar un poco hoy, y ya está. Me entiendes en esto.
                -Sí, Anne, ya lo sé. Es solo eso… últimamente andas desaparecida, rehúyes de todo. Sé que eres así, pero esta vez es raro.
                -Fue lo de la obra. Y supongo también  que estaba bloqueada totalmente.
                -¿Y ahora cómo estás?
                Fruncí el ceño. Tenía que admitir, muy a mi pesar, que cierta parte se debía a la marihuana, a la droga. Era una pequeña decaída, sabía que aquello me haría desconectar y sin duda lo había hecho. Y también se debía a Dougie. O el desconocido de Dougie. No sabría decir con precisión. Era, más allá de lo que conocía de él, un desconocido, pero se dejaba conocer. Tenía que admitir que ya no le veía como tal, le había conocido o por lo menos lo que me había dejado ver de él. Al menos para mí eso no era de un desconocido.
                -Estoy desconectando.
                -¿Y eso es bueno? –Se rió vacilando.
                -Sí, la verdad es que sí –Dije, y una pequeña sonrisa se escapó de mi comisura.


                El sábado amaneció con una fuerte llovizna que incrementó  a lo largo del día. Podía notar mi cuerpo flaquear junto al tiempo, pero aún así, me animaba. Suspiré enfrente del cristal, viendo circular a los coches bajo mi vista y como se encapotaba el vaho sobre la ventana. Era un día gélido, perfecto para que saliese.
                Comí lo más ligero que encontré en la vacía nevera. Tenía que ir a comprar,  pero lo odiaba. Suspiré y aplacé a más tarde la tarea, y me resigné a ver el móvil que aún descansaba sobre el sofá. Mi superstición de las llamadas no falló; siete llamadas perdidas de Logan, incluso aquella mañana cuando aún estaba en brazos de Morfeo. Reprimí una pequeña carcajada, pero cuando estaba a punto de llamarle, el móvil volvió a sonar.
                Logan. Descolgué de inmediato.
                -Buenos días –Saludé mientras me dejaba caer en el butacón de cuero.
                -¿Pero dónde estabas, desaparecida? –Oí su voz relajarse a cada palabra. Entendía el alivio que haberle respondido al móvil -. Te estuve llamando anoche para salir un rato.
                Fruncí el ceño. Lo sabía, había oído las llamadas pero no quise. Suspiré mientras jugueteaba con un hilo suelto de mi pantalón, y obligué a las palabras a mentirle:
                -No me apetecía salir.
                -¿Te encontrabas mal?
                -No, es solo que… -¿Era solo qué? La verdad hubiese sonado demasiado fuerte, demasiado dura para él y desconcertante. Era solo que me apetecía volver a desconectar, volver a colocarme, tal vez volver a tener la compañía de alguien que no me iba a juzgar -. Que estuve trabajando en una nueva obra.
                -Vaya, pues me alegro entonces –Un silencio largo se profundizó -. Ahora estoy en la papelería de Johnston, ¿te apetece que me pase por tu casa un rato?
                -Está bien. Te espero aquí –Dije. Me despedí de él y colgué.
                Logan no tardó en llegar. De nuevo, su presencia trajo consigo el perfume que ya tanto conocía. Se quito la chaqueta y se dejó caer en el sofá, mientras dejaba escapar un resoplido. Las puntas de su cabello goteaban sin cesar.
                -¿Llueve mucho, no? –Pregunté mientras buscaba algún mechero por la estantería. Detrás de mí, oí el sonido del televisor encenderse.
                -Sí, pero más tarde dejará de llover.
                -¿Y cómo lo sabes? –Me giré vacilando, mientras levantaba una ceja.
                -¿Alguna vez fallo en la meteorología? –Me guiñó un ojo, mientras volvía a centrarse en el televisor.
                Finalmente encontré lo que buscaba detrás de mi vieja colección de libros de Zafón. Fruncí el ceño mientras observaba el libro, cubierto de una pequeña capa de polvo que oscurecía la portada. Abrí mi mano para ver el mechero y me extrañé al verlo. Aquel mechero no era mío.
                Tenía una “tela” voluminosa que cubría el decorado del mechero, y en ella se dibujaba una hoja de marihuana. Grande y con sombra. Tenía que admitir que aquel mechero tenía estilo, y no tardé en caer en la cuenta de quien era el dueño.
                Dougie.
                -¿Y ese mechero? –Oí detrás mia. Logan había volteado la cabeza y miraba mis manos, las cuales iban girando el mechero poco a poco.
                -No es mío. Al parecer me lo llevaría sin darme cuenta y habrá acabado ahí.
                -¿Eso es una hoja de marihuana? –Se levantó rápidamente. Intenté escabullirme, pero su brazo rodeó mi estómago mientras con sutileza y sin complicación arrebataba el mechero de mi mano. Intenté zarandearle, pero  no tardó en inmovilizar mis manos -. ¿De dónde lo has sacado?
                -Logan, me haces daño –Mentí intentando soltarme, pero él no se inmutó. Ya conocía mis mentiras. Siguió mirando el mechero con esmero.
                -¿De quién es? –Volvió a repetir.
                -El chico que te dije que conocí en Westminster –Su ceño se frunció y su mirada subió hasta mis ojos. Noté como aquellos ojos azules volvían a preocuparse.
                -¿Fuma marihuana?
                -Sí –Admití.
                -Lise…
                -No me pongas esa cara –Pedí mientras me zafaba de su mano. Le quité el mechero con rapidez, y sus ojos se profundizaron más sobre los míos. Odiaba aquella mirada, aquel gesto que había en ellos y se ocultaba, callado -. ¿Qué te ocurre?
                -¿Has fumado marihuana? No quiero que fumes.
                Noté el primer pinchazo de remordimiento.
                -No he fumado marihuana, tranquilo.
                -¿Seguro?
                -Logan, déjame en paz –Salté, pero no se ofendió. Agradecí aquel esto, y que me conociera tan bien -. Le devolveré el mechero cuando le vea y ya está.
                No dijo nada más. Sus ojos me observaron con firmeza un poco más, y finalmente una pequeña sonrisa se formó en sus labios. No era buena, no era alegre. Tal vez estaba llena de preocupación, o miedo, o incluso otro sentimiento que se alejaba a lo que yo podría sentir.
                -Paula me ha dicho que cuando anochezca se pasará por allí –Dijo, refiriéndose a Westminster -. ¿Te vienes?
                -Está bien –Acepté por inercia. Era costumbre, demasiado habitual -. Y reza para que tu superstición no falle.

                -No te preocupes, nena –Dijo con una pizca de gracia mientras me guiñaba un ojo.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Capítulo 8 - Lejanía




El día siguiente, Jueves, transcurrió con la misma rutina. Paula se había distanciado de nuestras escapadas a nuestro lugar, por motivos de trabajo y encargos, y a pesar de que me frustrara, en cierta parte me alegré. La noche cayó, y pude observar con tranquilidad como la lluvia no había ido en contra mía aquella noche. A pesar de que una fina niebla se levantaba varios centímetros del suelo, una brisa fresca aterciopelaba la noche.
                Dejé caer el móvil entre los cojines, alejándolo de mí. Salí de mi casa, y en aquel momento, oí la llamada. Sabía de quien se trataba, sabía que quería aquella llamada, pero entre un suspiro, me paré a pesar un segundo. En mí.
                Aquella noche no quería quedar con Logan. No con él.

                Tal como supuse y adiviné, el desconocido allí estaba. En aquel momento, solo el gorro que vestía siempre le cubría. La bufanda había desaparecido, y nada más me situé a ciertos metros delante suya, avanzando a paso lento, sus ojos se alzaron, percatándose de mi presencia. Sonrió como saludo, y su rostro, delgado y sus pequeños ojos se achinaron con confianza. No pude evitar apartar la seriedad de mi rostro, y sonreí también.
                -¿Siempre andas por aquí? –Le pregunté con soberbia.
                Dougie se encogió de hombros. Se separó de la valla, y adelantó varios pasos hacía mí.
                -Creía que ibas a aparecer con… -Frunció el ceño con sarcasmo -. ¿Logan?
                -No, hoy no.
                Doug amplió aún más su sonrisa. Negó suavemente con la cabeza, y entonces, pasó  por mi lado, ignorándome. Me giré para verle, quieta, y entonces él se giró, sonriéndome ampliamente.
                -Ven, he localizado un buen sitio.
                -¿Qué sitio? –Pregunté, pero comencé a seguirle, sin rechazar.
                -Un sitio más tranquilo –Su mirada se frunció. Supe que quería relajarse, dejar de estar tenso por la gente.
 Tal vez es un poco marginado, justifiqué buscando una escusa. Callé durante todo el camino, manteniendo las distancias y siguiéndolo a escasos pasos. Al igual, sabía que prefería no hablar andando.
                Sus pasos nos condujeron a un pequeño parque infantil escondido entre unas pequeñas fincas. Se sentó en un banco, delante del tobogán. Sin saber por qué, me dejé caer en este y me tumbé, viendo el cielo y las pocas y pequeñas estrellas que se observaban. Dejé escapar un suspiro mohíno.
                -¿Qué te ocurre?
                Esperé a contestar. Era extraño contestarle a aquellas preguntas. Me resultaba extraño, generalmente, contestar a esas preguntas. Pero yo también necesitaba desahogarme.
                -¿Sabes? A mi me gusta escribir. Pero… no sé si valgo para ello.
                -¿Cómo que no sabes si vales? Si te gusta, debes tenerlo claro.
                -Quiero decir… yo creo que sí, pero, ¿y si es que no? –Me encogí de hombros, a pesar de no saber siquiera si me observaba -. He intentando mucho, pero no consigo nada.
                -Pero es que se trata de intentar, ¿qué te crees? –Torcí la cabeza y le observé de soslayo. Sabía que estaba observándome -. Yo… yo tenía una banda. Y el día en que asistí a las pruebas como miembro, creí, tenía claro que no me iban a coger. Que era una estupidez presentarme allí… Creía que habían mil mejores, y yo era una piedra comparado con una montaña. Pero me cogieron.
                -¿Tenías una banda? –Pregunté, sorprendiéndome y sentándome para observarle.
                Su rostro se frunció, pero su mirada permaneció alejada, sin observarme.
                -Bueno, sí. Hice la prueba cuando tenía quince años.
                -¿Y de qué te escogieron?
                Entonces, una sonrisa alegre, llena de recuerdos se escapó de sus labios. Sus ojos se alzaron, y mirando alguna parte, pareció hablar con total tranquilidad.
                -De bajista. Vomité antes de entrar y todo… pero salí de allí sano y salvo, y además, siendo bajista. Por eso te digo que no te rindas. Si es lo que vales, si sabes que es lo que quieres, entonces lo puedes conseguir.
                -Ni siquiera has leído algo mío para basarte en ello.
                -¿Y qué? Eso deberías de saberlo tú. Yo solo te estoy diciendo, que si sientes que es lo suyo, entonces, puedes.
                -Pero… no sé. Ya hubiese conseguido algo.
                -El tiempo también se retrasa, chica –Sonrió, y sin evitarlo, sonreí. Me tentó decirle mi nombre, pero mantuve los labios apretados, oprimiendo la tentación. Sonrió aún más, pareciendo leer mi mente y apartó la mirada de mí -.¿Quieres fumar esta noche?
                -No, gracias… -Sus ojos se levantaron, analizándome -. Hablo enserio. Esta noche… no.
                -Lo que tú quieras, preciosa.
                Fruncí el ceño ante aquel piropo pero no le dije nada. Me concentré, al igual que él, en liar aquel porro. El silencio, con el tráfico a lo lejos y el ruido de televisores en las casas de al lado cerca se convirtió en nuestro entorno hasta que terminó de liar. Tal cual esperaba, un porro perfectamente hecho.
                -¿Tú fumabas antes? –Me preguntó entonces Dougie. Con ligereza, se quitó el gorro y se removió su cabello rubio. Un corto flequillo se dejó caer en su frente, y entonces encendió su porro.
                Su rostro se iluminó sutilmente gracias a la pequeña llama. Podía dejar de ver a aquel tipo como un desconocido, y me di cuenta de que poco a poco la confianza estaba apareciendo en nosotros. Sonreí con disimulo, tomándome mi tiempo para contestar. Sabía que él me dejaba mi espacio para reflexionar antes de hablar, algo que me costaba encontrar.
                Tal vez por ello, la idea de conocerle más no me asustaba. Al fin y al cabo, le empezaba a descubrir más, a saber más de él, pero no íbamos  a llegar muy lejos. Ni él  quería hacer amistad conmigo, ni yo con él. O eso creía yo en un principio.
                -Hace años –Fruncí el ceño -. Con unos viejos amigos. Fue una época en la que… nos alejábamos de todo. La vida perfecta, sin preocupaciones. Pero no tan perfecta como creíamos.
                -Te entiendo…
                -¿Pero sabes? A pesar de ello, no me arrepiento tanto –Me encogí de hombros -. No estaba bien lo que hacía, pero… pero al menos viví buenos tiempos.
                Y sin darme cuenta, dejé caer todo lo acumulado, todo lo callado y reservado en Dougie. En alguien, lo suficientemente cerca pero lejano como para sincerarme.


                Terminé suspirando a tiempo que echaba el humo. No pensaba, no quería hacerme cargo de las consecuencias o opinión de aquello, de modo que por una noche, pasé de todo lo que había seguido hasta ahora y fumé.
                Podía notar el humo afectar a mi cabeza. Mi visión se oscurecía suavemente, y notaba como mi cuerpo flotaba en una pequeña nube, pero cargaba con mi peso. La respiración de Dougie era tranquila a mi lado. No había fumado ni en comparación a lo que él, pero me había excedido.
                -¿Qué hora es? –Pregunté, oyendo mi voz lejana. Estaba en otra parte.
                -La una de la noche.
                Resoplé alterada, pero no noté ninguna alteración en mi cuerpo. Estaba relajada, sin preocupaciones. Me daba igual madrugar mañana, acostarme tarde hoy y la compañía de tal desconocido en aquel caso. Al fin y al cabo, era Dougie. No le conocía, no conocía nada de aquello. Y no era más que una noche de desconexión.
                -¿Te tienes que ir?
                -Debería irme.
                -Si quieres puedo acompañarte varias manzanas.
                Fruncí el ceño y me giré para verle. Ya nada escondía su rostro. El gorro, en compañía de la bufanda habían desaparecido y su flequillo se curvaba con ligereza hacía arriba. Noté un escalofrío aliciente; debía admitir que era guapo. Realmente guapo.
                -No quiero que me acompañes. Puedo coger un taxi, no te preocupes.
                Una carcajada burlona rió en medio del silencio.
                -¿Sueles repeler tanto a la gente?
                Sonreí.
                -Siempre.


lunes, 2 de septiembre de 2013

Capítulo 7 - Callejones de humo



                Ya eran casi las diez cuando me escabullí del bar a Westminster. Una niebla suave y ligera embriagaba las calles Londinenses, y el frío rasgaba las pieles más sensibles que rozaba. Me apreté la bufanda con firmeza y me dejé llevar por mi camino de la orilla tan conocido. Ya no sabía porque iba allí, pero me ayudaba a despejar ideas.
                ¿Nunca, alguna noche, en algún lugar, os habéis parado a pensar más a fondo? En algún campamento, en medio del silencio o la noche, con un paisaje tranquilo y un entorno estable. Así era yo cuando me encontraba allí. Suspiré mohínamente, y me dejé apoyar sobre la valla que separaba el río del camino.
                Miré a ambos lados en medio del segundo. Y tal como suponía, allí estaba la misteriosa pero un poco más conocida del chaval, a tres metros o así de mí. Su cabeza se movió en mi dirección, a lo que me quedé oteando callada. Su figura, de pronto, se empezó a mover dirección a mí.
                Sonreí mientras escondía mi nariz en la bufanda y dejaba de verle. Fijé mi mirada en los casi invisibles pececillos que rondaban por el agua de cerca, y no tardé en notar el calor de su presencia. Fue silenciosa, ligera, pero pude notar la compañía de aquel extraño individuo.
                -Hola –Saludó con aquella voz. Inocente, pero aún así ocultaba cientos de cosas.
                -¿Y bien? –Pregunté, girando mi cabeza para verle de soslayo.
                -¿Qué ocurre?
                -Creía que seguía siendo una desconocida para ti.
                -Y lo eres; no sé ni cómo te llamas –Noté como se apoyaba, imitándome, sobre el frío hierro de la valla. Vi relucir sus ojos, y sin darme cuenta, giré la cabeza para fijarme en ellos -. Vine a traerte esto. Te dije que te los devolvería.
                Bajé la mirada para ver como sus guantas sujetaban dos paquetes de tabaco. Preciosos y delicioso tabaco ya hecho, una nueva perdición para mí. Me deshice con cuidado de la bufanda, dejando ver mi cara, pero fruncí el ceño entre una mezcla de confusión.
                -No hacía falta, eh Dougie.
                -Quería devolvértelos. Anda ten –Me los tendió. En aquel momento, me avispé de que podía contemplar su rostro entero. Ya no se preocupaba tanto en ocultarme su rostro, y aquella tez suave impropia para lo que dejaba ver me observó -. Y no me llames Dougie.
                -Acepto uno; el otro ya lo tienes para marihuana –Dougie sonrió de lado, con cierta picardía -. ¿Por qué no quieres que te llame por tu nombre?
                -Porque ni siquiera yo sé el tuyo –Vociferó sonriendo y volviendo a apoyarse sobre la valla.
                -¿Y te frustra?
                -No tanto, pero un poco sí –Sonrió con soberbia. Sus ojos azules verdosos me observaron con cuidado  y en silencio. Noté su mirada pasar por cada mínimo detalle, analizándome, y el rubor cubrió mi rostro sin evitarlo -. ¿Cómo estás, agradable desconocida?
                -Oh, genial, pero sigo sin entender el por qué le hablas a esta desconocida y ni le preguntas el nombre –Pregunté, carcajeando. Una sonrisa curtida se embozó en sus labios -. Es extraño.
                -Porque me lo tienes que decir tú –Alcé una ceja -. Yo te dije el mío sin que preguntase. Quiero que me digas el tuyo cuando así lo quieras tú.
                -No te lo voy a decir, entonces –Sonreí  con maldad.
                -Eso es lo que me gusta, y el por qué sigo hablando contigo –Empezó a reír, pero su compostura volvió a erguirse de pie -. ¿Me acompañas?
                -¿A fumar? –Pregunté disimuladamente. El asintió con ligereza -. ¿Quieres te acompañe?
                -Oh, bueno… sí –Dougie frunció el ceño. Su cara, delgaducha adoptó una mueca llena de ternura. Seguía mi subconsciente sin creer que aquel muchacho fuese tan drogado -. Me divertí bastante el otro día. Además, aprovecho hoy que no has venido con tu amigo.
                -Logan –Dije.
                -Ese –Sonrió muy levemente -. ¿Entonces, te vienes o no?
                Sonreí ampliamente. No sabía exactamente el por qué, pero aquello me gustó. El mismo desconocido que pretendía ocultarse de los demás, el mismo que no quería que nadie le viese ni supiese de él y sus vicios, se me estaba abriendo a conocer con tanta facilidad que parecía que se le escapaba. Me ruboricé por aquel detalle que él parecía no darse cuenta, y asentí levemente.
                -¿Dougie, no? –Pregunté. Comenzó a andar, pero no dejó de mirarme con el ceño fruncido, sin entender -. ¿Quieres saber cómo me llamo?
                -No –Sonrió convenido -. No tengo el más mínimo interés.
               

                El callejón solitario lo recibí con mejores brazos aquella noche. Dougie no tardó en apoyarse en una de las húmedas paredes, junto a un banco, y yo me situé delante de él. No tardó en comenzar a liarse una de aquellos porros que él se hacía, y yo, callada como siempre, me fijé en su forma ya experimentada de liar.
                -Puedes hablar –Dijo sonriendo.
                -Me gusta ver como lías.
                -¿Te gusta? –Se rió -. ¿Quieres probar tú?
                -¿A liar un porro? –Miré la hierba con cierto recelo, pero miedo también -. Nunca lo he hecho. Y puede que te lance a perder tu preciada consumición.
                -Me da igual la consumición –Terminó de pegar la pava mientras prensaba el porro con bastante rapidez –Ven, prueba a liarte uno.
                -No hace falta, en serio, puedo….
                -¿Quieres liarte uno? –Me cuestionó con firmeza. Fruncí el ceño sin contestar; no sabía que debía decir -. No pienses en pros y contra. ¿Te hace ilusión? Es solo eso.
                -Bueno, está bien, entonces sí. -Me senté sobre el posabrazos del banco, y extendí mis manos para recibir la marihuana -. Pero guíame, por favor.
                -Por supuesto que sí. Es lo más mínimo –Levantó las cejas rápidamente -. Veamos como sale esto.
                Seguí sus indicaciones tal cual me las dicto. Las manos me temblaban y sudaban, dificultándome mucho las cosas, pero tras cinco, tal vez diez minutos, terminé de liarlo con bastantes fallos. Dougie alzó las cejas, mirándolo con cierto despecho y pena, y entonces comencé a reír.
                -Venga ya, para ser la primera vez que pruebo, no está nada mal.
                -Está peor incluso que los cigarros…
                -También hay más cantidad, ¡mira! Ha salido bien gordo.
                Dougie se encogió de hombros, y finalmente, terminó por sonreír.
                -Aprobada, pero por los pelos.
                Sonreí con orgullo y le extendí aquel porro. Él lo miró con serenidad, frunciendo el ceño. Aguantó, aún sin estrenar su porro liado por él y me apartó la mano.
                -Quiero que lo enciendas tú.
                -No voy a encenderlo yo –Dije serena -. No, gracias.
                -Encenderlo no es fumar, es simplemente petárselo –Dijo, insistiendo. Intenté advertirle con una mirada, pero sus ojos me ignoraban; estaban ocupados en intentar someterme -. Venga, es tu primer porro liado. Haz el honor; es nuestra ley. Quien lo lía, se lo peta.
                -Bueno, pues yo no quiero encenderlo.
                Dougie suspiró, rindiéndose. Sus ojos me miraron con menosprecio y se encogió de hombros, adusto.
                -Está bien, comprendo que te de miedo.
                -¿Cómo que miedo? –Exclamé. Sus ojos me observaron, levemente achinados conteniendo una sonrisas-. ¿Quieres callarte? No voy a fumar porque no quiero, ya está.
                -No pasa nada por tener miedo a fumar, eh. Yo también lo tuve al principio, pero luego es la mayor tontería del mundo. Pero bueno, no hace falta que lo hagas si no vas a poder con ello.
                Noté mi vena arder y mis ojos atravesaron desafiantes y llenos de odios los de Dougie. Su sonrisa permaneció contuviéndose, y finalmente, caí dónde intentaba no caer.
                Odiaba  parecer débil. Odiaba no ser fuerte, pero también el ser cobarde y el no tener agallas. Me alejaba de la derrota, era algo propio de mí, un carácter defensivo, pero también problemático. Agarré mi porro antes de que Dougie se lo llevase a la boca, y lo situé con suavidad en mis labios. Extendí la mano pidiendo mechero y sin mirarle, pero bastó oír su respiración para notar la gracia en su voz.
                -Mechero –Exigí con voz ronca.
                -Toma –Dijo, pero de pronto, una llama apareció delante de mí. Me lo estaba encendiendo él.
                Intenté tomármelo con calma. Acerqué el rostro con cuidado, y con suavidad, aspiré una calada. Un sabor amargo, rasposo y mareante se me llenó en la cabeza, pero pude reconocer el sabor. Oh, maldita marihuana, cuanto tiempo, pensé. Di otra calada, tras otra y una más sin pararme a pesar, simplemente fumé dejándome llevar, y entonces separé el porro de mis labios. Sonreí suavemente, olvidando mi rabia y enfurecimiento, y Dougie sonrió de oreja a oreja delante de mí.
                -Me impresiona que no te hayas puesto a toser.
                -He fumado –Reproché, intentando volver a la serenidad.
                -Pero porque has querido.
                -¡Pero tú has insistido!
                -¿Y qué? Finalmente te has acercado tú el porro –Fruncí el entrecejo, cabezota y le miré mezquina -. No me mires así –Carcajeó, y se dejó caer a mi lado -. ¿Te gusta, verdad? Habrás sabido saborearla seguro. Eso se nota.
                -Está bien –Dije con vergüenza -. Así era la que me gustaba.
                -Del mismo sabor que a mí –Dougie me miró. Podía notar la sonrisa aún impresa sobre su rostro tras mis caladas. Debía admitir que aquel muchacho adicto a las drogas lograba enfurecerme, pero no tardaba en hacer que aquello desaparecía. Aquel desconocido me caía bien.
                No dejé de mirarle. Él siguió fumando, sin ofrecerme más, lo que agradecí, y estuvo atento a su porro en todo momento. A cambio, decidí darme el placer de analizarle con demora una vez más.
                -¿Qué miras? –Preguntó de pronto, nervioso.
                -¿Por qué te ocultas tanto de la gente?
                -No me oculto –Contradijo, pero ni él podía haberse creído aquellas palabras.
                -Sí, sí que lo haces. No conoces a todo Londres, pero siempre vas… pasando desapercibido. No quieres que nadie te vea nunca.
                -Porque no sería bueno. Ya sabes, llevo esto en secreto –Frunció el ceño, y en aquel momento, sus ojos azules volvieron a levantarse a los míos.
 El contacto visual comenzó a arder, y su mirada se rindió antes que la mía. Se subió suavemente la bufanda, y se ajustó el gorro, y de pronto, su rostro se oscureció aún más.
-No te tapes –Dije, sin pensar. Podía notar los efectos del cannabis comenzando a arremeter en mi cuerpo, y sin pararme a pensar, levanté mi brazo y acerqué mi mano al rostro de Dougie, con cuidado -. Eres buen chico, no eres mala persona como para ocultarte. Y… no quiero que te ocultes delante de mí. A pesar de no conocerme.
Bajé suavemente la bufanda de nuevo, y mi dedo rozó su piel. Suave, pero fría, noté un escalofrío recorrer mi dedo índice. Mi columna se convulsionó, pero sin detenerme, removí suavemente su cabello apartando un poco su gorro. Él seguía quiert, con el ceño fruncido y aquellos pequeños ojos azules mirándome, confuso, alerta, pero tranquilo. Una mirada sosegadora, y segura. Podía notar cierta confianza en ellos, y aquello me embozó una inconsciente sonrisa en los labios.
-Tú tampoco eres tan fría como te muestras.
Fruncí el ceño y aparté mi mano, alejándome de aquel confort sobre su piel, y comodidad de su mirada. Le miré con el ceño fruncido, y entonces, fue él el que sonrió.
-Todos pretendemos ocultarnos en alguien.


lunes, 26 de agosto de 2013

Capítulo 6 - Aroma alcohólico.


                Me Tomé mi tiempo antes de volver a escribir. Centré mis ideas, dejándome más tiempo para pensar, y reflexionar. Tenía que tener clara mi siguiente obra, y tenía suficiente tiempo libre para hacerlo. Quería que saliese de dentro, quería que las palabras y los sentimientos fluyeran la escribir.
                Por otra parte, Logan se hizo mi más fiel compañero los días siguientes que pasaron. Mis visitas a Westminster se habían relajado, y cuando lo visitaba, Logan siempre me acompañaba. Me ayudaba a despejar la tensión, la presión y el estrés de encima.
                Octubre empezó relajando las livianas nevadas en la ciudad. El primer miércoles del mes rozó la noche con una tranquila llovizna, y el café que me había pedido media hora antes empezaba a enfriarse. Delante de mí, mi cuaderno de notas avanzaba con esmero.
                -¿Quiere que le traiga algo más? –Me preguntó la camarera que me había atendido anteriormente. Rebosaba de rubor, eso sí, y una sonrisa amable y vergonzosa descansaban en sus cansados labios.
                -No, gracias. Aún no me lo he terminado.
                Un chistido sonó detrás de ella, y ambas dirigimos nuestra mirada a la barra. Un chico de veinte pocos años nos miraba con la mirada consumida de alcohol.
                -Sírveme otra cerveza, por favor.
                La camarera rodó los ojos mientras se alejaba en un resoplido. El joven chico la siguió con la mirada, embobado y esperando a algo que no debía ni recordar.
                -Mi jefe me ha dicho que no le ponga nada más, señor. Lo siento.
                -¿Señor? –Su voz sonaba engarrotada. Apenas podía entenderse -. ¿Tan viejo estoy? Joder, vale que los años me pesan tanto como otra cosa, pero no sabía que tanto –Carcajeó él solo. La camarera se metió en la cocina, y el silencio del casi vacío bar volvió a reinar.
                El borracho encharcó su mirada en su vaso vació. Rodé los ojos, sintiendo pena por él y tomé un sorbo de mi café. Estaba asqueroso helado. Miré la libreta con resignación, y noté como empezaba a forzar mi cabeza. La inspiración había vuelto a hacerse invisible y desaparecer.
                -Disculpa, -Oí a mi lado. Volteé con ligereza la cabeza para ver al chico a mi lado. Unos ojos azules entrecerrados y que apenas podía mantener abiertos me observaban embobados -. ¿Vas a terminarte eso?
                -Es café frío. Está asqueroso.
                -Da igual –Cogió mi café, y de un sorbo se lo bebió -. Ni te imaginas el mal sabor de boca que tengo.
                -¿Has vomitado? –Le pregunté alzando una ceja.
                -No lo sé – Y se dejó caer a mi lado.
                Me quedé observándole, impresionada por su desvergüenza y vislumbré como su mirada se perdía en la nada, concentrado en su cabeza confundida y embriagada. Le miré de arriba abajo. Era un chico normal, metro noventa, tal vez ochenta y de cabello castaño ligeramente ondulado y corto. Una barba de dos días, más pelirroja cubría una cara manchada de pecas suaves, y sus ojos, enrojecidos e incapaces de mantenerse mucho rato abiertos, le daban un aspecto inglés. Inglés borracho.
                -¿Por qué no te vas a casa?
                -Mi hermana me ha dejado por la zona. No la conozco.
                -¿Y no tienes coche?
                -No lo sé –Volvió a encogerse de hombros, y rompió a reír entrecortadamente.
                Rodé los ojos y guardé mi boletín de notas en el bolso. Quise salir, pero el inglés borracho impedía mi paso. Respiré profundamente, con la conmiseración hacía el chico rondando mi cuerpo entero.
                -Me tengo que ir. ¿Me dejas pasar?
                -Oh, sí, lo siento nena.
                Salí, y nada más oí el nombre último que  había dicho, mis ojos perforaron su mirada, amenazando. Su rostro se frunció, confusos, y sus labios sonrosados sonrieron.
                -¿Por qué me miras así?
                -No me llames nena –Advertí tranquilamente. Entendía a los borrachos, su situación. Había sido adolescente, en un entorno de alcohol y drogas no muy bonito que quiera recordar, y podía mantener paciencia con él -. Será mejor que llaves a algún amigo de tu móvil y que te lleve a casa. Allí date una ducha, y si eso, date otra por si acaso.
                -Gracias, guapa –Me sonrió. Se dejó caer en la mesa y sacó su móvil. Su mirada se perdía en la pantalla y sus dedos toqueteaban al azar los botones.
                Noté la pena asustar a mi cuerpo de pies a cabeza y la culpa empezaba a comerme al pensar en macharme. Era un desconocido, impasible para mí, pero estaba mal. Su mirada parecía emborronada por un humo de alcohol y sabía que solo no se las iba a ingeniar.
                Me maldije a mi misma cuando me acerqué lentamente a su lado también.
                -¿Quieres que te ayude?
                Su mirada se alzó, sonriéndome estúpidamente y me extendió el móvil. Me hubiese resultado hasta aliciente y guapo si no hubiese tenido la cara rojiza y los labios suavemente morados.
                -Sí, por favor. Busca a Tom, seguro que lo coge.
                -¿Tom qué más?
                -Tom, tío, que Tom va a ser –Dijo quitándole importancia como si conociese a sus amigos. Llamé al número y le tendí el móvil, pero él la apartó con cuidado, alejando el móvil -. Habla tú, o a mi me tirará el puro.
                -¿¡Venga ya, estás loco!? No pienso hablar yo.
                -Por favor… No me apetece oírle aún. Es muy preocupado, y si me oye a mí será peor. Tú pareces racional.
                -Racional… Repetí maldiciéndome en mi cabeza y le miré con una mala mirada. Me puse el móvil en el oído cuando ya empezó a sonar -. ¿Dime al menos cómo te llamas, no?
                -Danny –Sonrió, como si le hubiese encantado decir su nombre -. ¿Y tú eres…?
                -Cállate, Danny –Le ordené, dándole la espalda cuando oí descolgarse el teléfono.
                Mi corazón bombardeaba con tanto miedo que las palabras se me engarrotaron en la garganta.
                -Sí, dime tío.
                -Em… perdona, pero… ¿Eres Tom? –Dije entrecortadamente. Mierda y más mierda.
                -Sí, soy yo. ¿Quién eres? ¿Y Danny?
                -Está aquí conmigo, tranquilo –Tardé un par de segundos en seguir, buscando las palabras -. Está en un bar cerca del centro, y… bueno, no le conozco, pero me parece que va un poco ciego como para saber ir a casa.
                Oí a la otra línea varias voces más y al que debía llamarse Tom gritar algo. Sabía que era una situación delicada, y parecía ser que la borrachera de Danny tenía algún motivo en común con aquel Tom.
                -Joder, puto Jones. Me cago en él mil veces, tío –Oí la voz de Tom decir a alguien al otro lado -. Eh, lo siento. Perdona por molestarte, ahora mismo iré a buscarle.
                Le di la dirección encantada, viendo como Danny comenzaba a juguetear con las servilletas.
                -Muchas gracias, en diez minutos estoy allí.
                Oí como colgaba consumido por las prisas y nervios. Le tendí el móvil al tal Danny, quién lo aceptó mientras zarandeaba la cabeza.
                -Odio preocupar tanto a Tom –Dijo de pronto. Me senté enfrente de él, y fruncí el ceño mirándolo con detalle.
                -¿Entonces para que le das motivos para que se preocupe?
                -Problemas, demasiado problemas.
                Callé, pensando que decir. El rostro de Danny se había ablandado con ligereza y parecía que sus preocupaciones superaban de nuevo el alcohol. Su cabeza estaba un poco más en mi mundo.
                -Pero la solución no es cinco cervezas. Es lo peor que podrás hacer.
                -Pero… pero no se soluciona de ninguna manera –Dejó caer su cabeza sobre sus manos, en la mesa -. Menuda temporada…
                -Eh, venga, no te pongas así tío –Dije. Acaricié por inercia su mano, dándole un par de golpecitos para dar ánimo y resultándome aquello lo más incómodo posible -. Tú lo has dicho. Temporada, eso es lo que es. Sea lo que sea, se va a solucionar.
                -Pero, puf –Levantó la cabeza de nuevo, y sus ojos se habían cristalizado por las lágrimas -. Entre el enano, sus problemas, y los problemas de todos… -Fruncí el ceño. Dios sabría quién era aquel enano, y cuales eran sus problemas. Sabía que no iba a contarme nada, o al menos aquello parecía. Además, yo tampoco tenía ganas de oír penas ajenas -. Me asfixia.
                -Pues busca algo con lo que respirar –Me encogí de hombros -. Venga ya, no debe ser tan mala tu vida. Se te buen chico. Tienes unas cuantas entradas, sí, y a saber cuales son tus problemas, pero no por todas las desgracias vas a tener que huir de ellas. Las enfrentas, las aceptas y las vences. Es así. A veces más complicado que otras veces, pero poco a poco.
                Danny mantuvo su rostro sereno y atento observándome. Una sonrisa amplia y contagiosa me sonrió, y se removió el cabello, con los dos pies en el suelo.
                -Gracias… pero lo de las entradas sobraba.
                Carcajeé mientras me recostaba en el asiento.
                -Puedes irte, si tienes cosas mejores que hacer…
                -No, tranquilo, puedo quedarme –No sabía ni que hora era. Tarde, seguramente, pero no tenía horario ya -. Además, eres capaz de desaparecer aunque venga tu amigo.
                Sonrió y dejó caer su peso en los hombros. Estaba formado, de agradable torso. Su rostro se volvió más aliciente ahora que los efectos del alcohol se calmaban, y pude ver a un chico más tranquilo de lo que había parecido.
                Captó mi mirada analizadora, a la que respondió con una sonrisa.
                -¿Cómo te llamas, por cierto?
                Bajé la mirada. Sonreí para mis adentros, con repugnancia pero gracia y soporté aquel momento. Odiaba presentarme.
                -Anne.
                -Bonito nombre.
                -Cierra el pico.
                Danny carcajeó en voz alta. Se recostó sobre el asiento y su mirada se perdió por la ventana. Su sonrisa fue desapareciendo, y su mirada se centró en un punto fijo. Atento y sin perder de vista, su mirada se desplazó y alzó las cejas a tiempo de que el tintineo de la puerta avisara de que había entrado alguien más.
                -Vete a la mierda, Daniel –Oí a mi espalda.
                No hizo falta darme la puerta. Una figura tan alta como la de Danny, solo que encorvada y perfectamente pulcro se lanzó hacía Danny. Le olió el cuello y cabello, y su cara de contrajo de asco.
                -¿Cerveza y ron, tío?
                Sonreí al verle. Era adorablemente mono aquel chaval. Vestía con una sudadera roja pero iba arreglado, y un cabello rubio oscuro cubría su cabeza dejando caer un mechón como flequillo. Tenía unos ojos profundos, color café y que daban un abrigo con la mirada. Su rostro se frunció de nuevo y miró enfadado a su amigo.
                -Lo siento, Tom.
                -Lo siento dice –Bufó y se dio la vuelta. Entonces, sus ojos se percataron de mi y dejó escapar una exclamación -. ¡Mierda, lo siento! Soy Tom, uno de sus mejores amigos, encanado.
                -Yo soy Anne, una desconocida que se ha encontrado con uno de tus mejores amigos borrachos –Sonreí con delicadeza.
                -De veras, lo siento por Danny… no es alcoholico ni nada, pero es imbécil… no tenía ni idea de que había venido a este bar.
                -Tranquilo, no hace falta que te disculpes. A sido agradable, además, ahora está mucho mejor –Danny sonrió, asintiendo -. Y no iba a dejarle solo.
                -Muchas gracias enserio. No sé como agradecértelo –Me estrecho la mano, nervioso. A pesar de sonreír, junto un hoyuelo al lado derecho de una curtida piel, notaba su mano temblar y su cuerpo aún consumido por nervios horribles -. Si quieres te acerco a casa, o algo.
                -Oh, no te preocupes, no ha sido molestia –Cogí mi bolso mientras me dedicaba a sonreír -. En fin, espero que en nada se encuentre mejor. Va siendo hora de irse –Me di media vuelta mientras me despedía con la mano -. Hasta l…
                -Espera, Anne –Dijo Danny. Su rostro se había despejado mucho más y se levantó de nuevo, sin tambalear. Sacó un bolígrafo de su bolsillo, y aprovechando mi confusión, agarró mi brazo y me arremangó.
                -Llama a este número y pregunta por mi o Tom –Sonrió con delicadeza -. Te agradeceré como sea las molestias.
                -No hace falta nada de …
                -Cállate –Me guiñó un ojo, mofándose mientras me imitaba -. Buenas noches, Anne.

                -Gracias,y hasta luego –Se despidió Tom volviendo a sonreír dulcemente y su hoyuelo apareció. Sonreí con delicadeza, y terminé de dar media vuelta para marcharme.

martes, 20 de agosto de 2013

Capítulo 5 - Alejado del banco



                Logan no tardó en volver a desaparecer por el pasillo. Suspiré, notando mi corazón volver a bombear con fuerza. Necesitaba relajarme, pero tenía que decirle mi noticia para hacerlo. Volvió a pasar por delante de su propio salón, cruzándolo y hablando en voz alta pero no le escuchaba. Mi mirada le exigía nerviosa que se callara y me oyera, pero sus ojos miraban nerviosos a todas partes sin prestarme atención.
                -¿Qué te ocurre? Estate quiero ya –Le dije, levantándome del sofá. Su constante figura ir de allí a allá me alteraba demasiado.
                Por fin se detuvo y me miró varios segundos. Su boca formó una O, pero no salió más que un suspiro nervioso de ella y volvió a caminar. Se removió su cabello negro con las manos temblorosas y se sentó en el sofá de nuevo.
                -Estoy nervioso. Demasiado.
                -No me digas. No me he fijado ni nada, sabes –Dije con ironía sentándome a su lado -. ¿Qué demonios te pasa?
                -Me tienen que llamar.
                -¿Para saber si te han cogido o no?
                Negó suavemente con la cabeza sin apartar la mirada de enfrente.
                -¿Entonces?
                -Me dijeron que me habían cogido ya. Pero… no sé de qué van a meter.
                Cerré despacio los ojos mientras respiraba profundamente. Noté temblar mis brazos, desesperados y desquiciados. Logan me miró entonces, y intenté dedicarme la mirada más mezquina que pude.
                -¿Estás nervioso por eso? ¿Eres tonto o qué?
                -Pues es igual que los libros y concursos tuyos.
                Fruncí el ceño  y toda mueca de alegría desapareció de mi cara. Los ojos azules de Logan me observaron nerviosos, pero fueron relajándose pero llenándose de tensión conforme apreciaban mi rostro sereno. Bajé la mirada, y entonces noté como la figura de Logan se levantaba.
                -Lo siento, no pret…
                -Han rechazado mi relato. Ha habido otra ganadora.
                Silencio. Incómodo silencio cargado de falsas esperanzas.         
                Noté la rabia corroborarme por dentro. La figura de Logan, muerto por palabras que le atropellaban sin poder salir se acercaba con disimulo a mi lado. Yo misma era consciente de que él sabía plenamente lo difícilmente sostenible que era en aquel momento.
                -Lo siento por la obra, Lise, no pretendía…
                -No digas lo siento –Exclamé, notando como la rabia quería salir fuera -. No lo sientes. No tienes ni idea de cómo estoy ahora. Tú y tu cine, siempre por el medio. Crees entenderme y no.
                -Si que te entiendo,  Lise, y no quería referirme a nada en concreto que te pudiese molestar.
                -Tu nunca te molestas por nada. Finges, y ya está –Solté. Fruncí el ceño, pensando en esas palabras. Habían salido de algún lugar fuera de mis pensamientos y razón. Me sentí mal, noté mi pecho  comerse a si solo de la conmiseración, pero di media vuelta, y salí de casa.
                Un cielo encapotado de nubes grises se aproximaba por el este de Londres. Me subí la capucha de la chaqueta y caminé hasta el taxi más cerca. Iba a llover, pero de nuevo, me asfixiaba en aquel lugar. Terminé consiguiendo un taxi perdido, y con el pitido de la culpa perforándome el oído, salí en busca de oxígeno.
                No hace falta añadir el sitio al que fue. La noche caía con disimulo entre los altos edificios, pero los últimos rayos de sol se colaron entre las nubes con un toque canela sobre el Támesis. Salí al aire frío y comencé a caminar entre los bancos. Disimuladamente, mis ojos espiaron el lugar. Ningún conocido, o mis ojos se negaban a encontrar a nadie. Me dejé caer en el banco, y entre un suspiro, me apresuré a liar mis penas.
                Saqué aquel reto. No era la primera vez, y había practicado la noche anterior, pero dudaba de mis antaño logro. Suspiré y saqué el tabaco. Recordé todos los pasos de pensar, ajustar y apretar que me había enseñado el drogadicto amable y misteriosos que decía llamarse Dougie. Suspiré confusamente. Dougie era un nombre con el que no le asociaba.
                Tardé mis siete minutos en liar mi primera muestra de fe. Un cigarro, algo flojo pero bien se extendió en mis manos. Sonreí, desahogando tensión ante mi pequeño logro. Me había liado el primer cigarro decente en menos de 24 horas.
                -No sabía que sabías liar –Oí en mi oído.
                Di un respingo. Los ojos de Logan azules celestes centellaron con travesura. Aquella dichosa mirada. Solté una carcajada silenciosa y me volví a recostar, dándole la espalda.
                -¿Dónde has aprendido? –Me preguntó sentándose a mi lado. Me quito mi pequeña obra de las manos y la analizó con esmero -. No está nada mal…
                -Me enseñó un chico que conocí.
                Los ojos de Logan se apartaron azorados. Su mirada me encontró rehuyendo de la mía y sus ojos me preguntaron en silencio. Podía decir mil cosas de su faceta, pero no hubiese dicho nada en aquel momento.
                -¿Dónde?
                -Aquí, en Westminster –Suspiré. No quería contarle la historia de Dougie el desconocido, pero quería que Logan supiese de él -. Ya le he visto otra veces –Tergiversé -, y ayer simplemente me enseñó a liar.
                -Oh, bueno, pero ves en cuidado. A veces… a veces se ve rondar gente extravagante por a aquí.
                -Ser extravagante no es ser malvado, Logan –Carcajeé mientras me encendía en cigarro.
                -Da igual… -Dijo clavando la mirada en el suelo, perdida entre algunos de sus pensamientos -. De todas formas… bueno, ves en cuidado.
                -¿Estás preocupado? –Inquirí, sorprendida y alegre.
                Los ojos de Logan, picados me miraron como si no quisiera hablar. Carcajeé una vez más por su rostro, y una pequeña sonrisa se escapó de sus labios.
                -¿Y qué pasa si estoy preocupado? –Lo había admitido; sí -. Eres mi amiga. Y en una ciudad como Londres puedes encontrar de todo.
                Empecé a reír, tajante sin contestar. Adoraba a aquel Logan, pero lo aborrecía al mismo tiempo. Era fría, pero me gustaba el calor. Él sabía respetar las distancias que yo pedía, sabía como era y por ello le apreciaba tanto.
                -Deja de preocuparte por mí, inútil.
                -Oh, sí, me encantan tus muestras de cariño –Asintió con ironía. Su mano se posó en mi hombro, picándome mientras me apartaba de un salto de su lado -. ¿Qué pasa nena?
                -No me llames nena, gilipollas –Dije intentando parecer serena. Unas suaves patas de gallo se le formaron en los ojos mientras se burlaba de mí -. Y no vuelvas a hacer lo del hombro. Es repulsivo.
                -¿Repulsivo? –Carcajeó sonoramente -. ¿Tanto asco te doy?
                -No empieces. Y ya estás avisado… -Dije cortando la conversación mientras volvía a fumar. Aparté los ojos de Logan, los cuales me observaban divertidos y le di la espalda para sonreír sin que él se dase cuenta -. ¿Vas a quedarte mucho más rato?
                -Hasta que te acompañe a la puerta de tu casa –Vociferó con tono romántico, para lo que negué silenciosamente con la cabeza -. Y si quieres, te dejo pagar a ti el taxi que nos llevaba. Para que no salgas corriendo.
                -Cállate. Eres muy estúpido, Logan –Dije de broma y una carcajada más se perdió por la noche. Levanté la mirada, sonriendo aún con el cigarro en la boca y miré a la otra punta del Támesis.
                Suspiré mientras observaba el paisaje. Aparté de un zarandeo las ideas de la cabeza, evadiéndome de realidad, y volteé mi mirada. Y allí estaba. El desconocido, el chico de los porros, Dougie. Estaba con la mirada, otra vez oculta sujetando lo que debía de ser un cigarro para los demás, y un porro para él. Me quedé mirándole en silencio, él absorto en su burbuja, y alcé una ceja antes de volver a girarme hacía Logan.