jueves, 12 de septiembre de 2013

Capítulo 8 - Lejanía




El día siguiente, Jueves, transcurrió con la misma rutina. Paula se había distanciado de nuestras escapadas a nuestro lugar, por motivos de trabajo y encargos, y a pesar de que me frustrara, en cierta parte me alegré. La noche cayó, y pude observar con tranquilidad como la lluvia no había ido en contra mía aquella noche. A pesar de que una fina niebla se levantaba varios centímetros del suelo, una brisa fresca aterciopelaba la noche.
                Dejé caer el móvil entre los cojines, alejándolo de mí. Salí de mi casa, y en aquel momento, oí la llamada. Sabía de quien se trataba, sabía que quería aquella llamada, pero entre un suspiro, me paré a pesar un segundo. En mí.
                Aquella noche no quería quedar con Logan. No con él.

                Tal como supuse y adiviné, el desconocido allí estaba. En aquel momento, solo el gorro que vestía siempre le cubría. La bufanda había desaparecido, y nada más me situé a ciertos metros delante suya, avanzando a paso lento, sus ojos se alzaron, percatándose de mi presencia. Sonrió como saludo, y su rostro, delgado y sus pequeños ojos se achinaron con confianza. No pude evitar apartar la seriedad de mi rostro, y sonreí también.
                -¿Siempre andas por aquí? –Le pregunté con soberbia.
                Dougie se encogió de hombros. Se separó de la valla, y adelantó varios pasos hacía mí.
                -Creía que ibas a aparecer con… -Frunció el ceño con sarcasmo -. ¿Logan?
                -No, hoy no.
                Doug amplió aún más su sonrisa. Negó suavemente con la cabeza, y entonces, pasó  por mi lado, ignorándome. Me giré para verle, quieta, y entonces él se giró, sonriéndome ampliamente.
                -Ven, he localizado un buen sitio.
                -¿Qué sitio? –Pregunté, pero comencé a seguirle, sin rechazar.
                -Un sitio más tranquilo –Su mirada se frunció. Supe que quería relajarse, dejar de estar tenso por la gente.
 Tal vez es un poco marginado, justifiqué buscando una escusa. Callé durante todo el camino, manteniendo las distancias y siguiéndolo a escasos pasos. Al igual, sabía que prefería no hablar andando.
                Sus pasos nos condujeron a un pequeño parque infantil escondido entre unas pequeñas fincas. Se sentó en un banco, delante del tobogán. Sin saber por qué, me dejé caer en este y me tumbé, viendo el cielo y las pocas y pequeñas estrellas que se observaban. Dejé escapar un suspiro mohíno.
                -¿Qué te ocurre?
                Esperé a contestar. Era extraño contestarle a aquellas preguntas. Me resultaba extraño, generalmente, contestar a esas preguntas. Pero yo también necesitaba desahogarme.
                -¿Sabes? A mi me gusta escribir. Pero… no sé si valgo para ello.
                -¿Cómo que no sabes si vales? Si te gusta, debes tenerlo claro.
                -Quiero decir… yo creo que sí, pero, ¿y si es que no? –Me encogí de hombros, a pesar de no saber siquiera si me observaba -. He intentando mucho, pero no consigo nada.
                -Pero es que se trata de intentar, ¿qué te crees? –Torcí la cabeza y le observé de soslayo. Sabía que estaba observándome -. Yo… yo tenía una banda. Y el día en que asistí a las pruebas como miembro, creí, tenía claro que no me iban a coger. Que era una estupidez presentarme allí… Creía que habían mil mejores, y yo era una piedra comparado con una montaña. Pero me cogieron.
                -¿Tenías una banda? –Pregunté, sorprendiéndome y sentándome para observarle.
                Su rostro se frunció, pero su mirada permaneció alejada, sin observarme.
                -Bueno, sí. Hice la prueba cuando tenía quince años.
                -¿Y de qué te escogieron?
                Entonces, una sonrisa alegre, llena de recuerdos se escapó de sus labios. Sus ojos se alzaron, y mirando alguna parte, pareció hablar con total tranquilidad.
                -De bajista. Vomité antes de entrar y todo… pero salí de allí sano y salvo, y además, siendo bajista. Por eso te digo que no te rindas. Si es lo que vales, si sabes que es lo que quieres, entonces lo puedes conseguir.
                -Ni siquiera has leído algo mío para basarte en ello.
                -¿Y qué? Eso deberías de saberlo tú. Yo solo te estoy diciendo, que si sientes que es lo suyo, entonces, puedes.
                -Pero… no sé. Ya hubiese conseguido algo.
                -El tiempo también se retrasa, chica –Sonrió, y sin evitarlo, sonreí. Me tentó decirle mi nombre, pero mantuve los labios apretados, oprimiendo la tentación. Sonrió aún más, pareciendo leer mi mente y apartó la mirada de mí -.¿Quieres fumar esta noche?
                -No, gracias… -Sus ojos se levantaron, analizándome -. Hablo enserio. Esta noche… no.
                -Lo que tú quieras, preciosa.
                Fruncí el ceño ante aquel piropo pero no le dije nada. Me concentré, al igual que él, en liar aquel porro. El silencio, con el tráfico a lo lejos y el ruido de televisores en las casas de al lado cerca se convirtió en nuestro entorno hasta que terminó de liar. Tal cual esperaba, un porro perfectamente hecho.
                -¿Tú fumabas antes? –Me preguntó entonces Dougie. Con ligereza, se quitó el gorro y se removió su cabello rubio. Un corto flequillo se dejó caer en su frente, y entonces encendió su porro.
                Su rostro se iluminó sutilmente gracias a la pequeña llama. Podía dejar de ver a aquel tipo como un desconocido, y me di cuenta de que poco a poco la confianza estaba apareciendo en nosotros. Sonreí con disimulo, tomándome mi tiempo para contestar. Sabía que él me dejaba mi espacio para reflexionar antes de hablar, algo que me costaba encontrar.
                Tal vez por ello, la idea de conocerle más no me asustaba. Al fin y al cabo, le empezaba a descubrir más, a saber más de él, pero no íbamos  a llegar muy lejos. Ni él  quería hacer amistad conmigo, ni yo con él. O eso creía yo en un principio.
                -Hace años –Fruncí el ceño -. Con unos viejos amigos. Fue una época en la que… nos alejábamos de todo. La vida perfecta, sin preocupaciones. Pero no tan perfecta como creíamos.
                -Te entiendo…
                -¿Pero sabes? A pesar de ello, no me arrepiento tanto –Me encogí de hombros -. No estaba bien lo que hacía, pero… pero al menos viví buenos tiempos.
                Y sin darme cuenta, dejé caer todo lo acumulado, todo lo callado y reservado en Dougie. En alguien, lo suficientemente cerca pero lejano como para sincerarme.


                Terminé suspirando a tiempo que echaba el humo. No pensaba, no quería hacerme cargo de las consecuencias o opinión de aquello, de modo que por una noche, pasé de todo lo que había seguido hasta ahora y fumé.
                Podía notar el humo afectar a mi cabeza. Mi visión se oscurecía suavemente, y notaba como mi cuerpo flotaba en una pequeña nube, pero cargaba con mi peso. La respiración de Dougie era tranquila a mi lado. No había fumado ni en comparación a lo que él, pero me había excedido.
                -¿Qué hora es? –Pregunté, oyendo mi voz lejana. Estaba en otra parte.
                -La una de la noche.
                Resoplé alterada, pero no noté ninguna alteración en mi cuerpo. Estaba relajada, sin preocupaciones. Me daba igual madrugar mañana, acostarme tarde hoy y la compañía de tal desconocido en aquel caso. Al fin y al cabo, era Dougie. No le conocía, no conocía nada de aquello. Y no era más que una noche de desconexión.
                -¿Te tienes que ir?
                -Debería irme.
                -Si quieres puedo acompañarte varias manzanas.
                Fruncí el ceño y me giré para verle. Ya nada escondía su rostro. El gorro, en compañía de la bufanda habían desaparecido y su flequillo se curvaba con ligereza hacía arriba. Noté un escalofrío aliciente; debía admitir que era guapo. Realmente guapo.
                -No quiero que me acompañes. Puedo coger un taxi, no te preocupes.
                Una carcajada burlona rió en medio del silencio.
                -¿Sueles repeler tanto a la gente?
                Sonreí.
                -Siempre.


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