El día siguiente, Jueves,
transcurrió con la misma rutina. Paula se había distanciado de nuestras
escapadas a nuestro lugar, por motivos de trabajo y encargos, y a pesar de que
me frustrara, en cierta parte me alegré. La noche cayó, y pude observar con
tranquilidad como la lluvia no había ido en contra mía aquella noche. A pesar
de que una fina niebla se levantaba varios centímetros del suelo, una brisa
fresca aterciopelaba la noche.
Dejé
caer el móvil entre los cojines, alejándolo de mí. Salí de mi casa, y en aquel
momento, oí la llamada. Sabía de quien se trataba, sabía que quería aquella
llamada, pero entre un suspiro, me paré a pesar un segundo. En mí.
Aquella
noche no quería quedar con Logan. No con él.
Tal
como supuse y adiviné, el desconocido allí estaba. En aquel momento, solo el
gorro que vestía siempre le cubría. La bufanda había desaparecido, y nada más
me situé a ciertos metros delante suya, avanzando a paso lento, sus ojos se
alzaron, percatándose de mi presencia. Sonrió como saludo, y su rostro, delgado
y sus pequeños ojos se achinaron con confianza. No pude evitar apartar la
seriedad de mi rostro, y sonreí también.
-¿Siempre
andas por aquí? –Le pregunté con soberbia.
Dougie
se encogió de hombros. Se separó de la valla, y adelantó varios pasos hacía mí.
-Creía
que ibas a aparecer con… -Frunció el ceño con sarcasmo -. ¿Logan?
-No,
hoy no.
Doug
amplió aún más su sonrisa. Negó suavemente con la cabeza, y entonces, pasó por mi lado, ignorándome. Me giré para verle,
quieta, y entonces él se giró, sonriéndome ampliamente.
-Ven,
he localizado un buen sitio.
-¿Qué
sitio? –Pregunté, pero comencé a seguirle, sin rechazar.
-Un
sitio más tranquilo –Su mirada se frunció. Supe que quería relajarse, dejar de
estar tenso por la gente.
Tal vez
es un poco marginado, justifiqué buscando una escusa. Callé durante todo el
camino, manteniendo las distancias y siguiéndolo a escasos pasos. Al igual,
sabía que prefería no hablar andando.
Sus
pasos nos condujeron a un pequeño parque infantil escondido entre unas pequeñas
fincas. Se sentó en un banco, delante del tobogán. Sin saber por qué, me dejé
caer en este y me tumbé, viendo el cielo y las pocas y pequeñas estrellas que
se observaban. Dejé escapar un suspiro mohíno.
-¿Qué
te ocurre?
Esperé
a contestar. Era extraño contestarle a aquellas preguntas. Me resultaba
extraño, generalmente, contestar a esas preguntas. Pero yo también necesitaba
desahogarme.
-¿Sabes?
A mi me gusta escribir. Pero… no sé si valgo para ello.
-¿Cómo
que no sabes si vales? Si te gusta, debes tenerlo claro.
-Quiero
decir… yo creo que sí, pero, ¿y si es que no? –Me encogí de hombros, a pesar de
no saber siquiera si me observaba -. He intentando mucho, pero no consigo nada.
-Pero
es que se trata de intentar, ¿qué te crees? –Torcí la cabeza y le observé de
soslayo. Sabía que estaba observándome -. Yo… yo tenía una banda. Y el día en
que asistí a las pruebas como miembro, creí, tenía claro que no me iban a
coger. Que era una estupidez presentarme allí… Creía que habían mil mejores, y
yo era una piedra comparado con una montaña. Pero me cogieron.
-¿Tenías
una banda? –Pregunté, sorprendiéndome y sentándome para observarle.
Su
rostro se frunció, pero su mirada permaneció alejada, sin observarme.
-Bueno,
sí. Hice la prueba cuando tenía quince años.
-¿Y
de qué te escogieron?
Entonces,
una sonrisa alegre, llena de recuerdos se escapó de sus labios. Sus ojos se
alzaron, y mirando alguna parte, pareció hablar con total tranquilidad.
-De
bajista. Vomité antes de entrar y todo… pero salí de allí sano y salvo, y
además, siendo bajista. Por eso te digo que no te rindas. Si es lo que vales,
si sabes que es lo que quieres, entonces lo puedes conseguir.
-Ni
siquiera has leído algo mío para basarte en ello.
-¿Y
qué? Eso deberías de saberlo tú. Yo solo te estoy diciendo, que si sientes que
es lo suyo, entonces, puedes.
-Pero…
no sé. Ya hubiese conseguido algo.
-El
tiempo también se retrasa, chica –Sonrió, y sin evitarlo, sonreí. Me tentó
decirle mi nombre, pero mantuve los labios apretados, oprimiendo la tentación.
Sonrió aún más, pareciendo leer mi mente y apartó la mirada de mí -.¿Quieres
fumar esta noche?
-No,
gracias… -Sus ojos se levantaron, analizándome -. Hablo enserio. Esta noche…
no.
-Lo
que tú quieras, preciosa.
Fruncí
el ceño ante aquel piropo pero no le dije nada. Me concentré, al igual que él,
en liar aquel porro. El silencio, con el tráfico a lo lejos y el ruido de
televisores en las casas de al lado cerca se convirtió en nuestro entorno hasta
que terminó de liar. Tal cual esperaba, un porro perfectamente hecho.
-¿Tú
fumabas antes? –Me preguntó entonces Dougie. Con ligereza, se quitó el gorro y
se removió su cabello rubio. Un corto flequillo se dejó caer en su frente, y
entonces encendió su porro.
Su
rostro se iluminó sutilmente gracias a la pequeña llama. Podía dejar de ver a
aquel tipo como un desconocido, y me di cuenta de que poco a poco la confianza
estaba apareciendo en nosotros. Sonreí con disimulo, tomándome mi tiempo para
contestar. Sabía que él me dejaba mi espacio para reflexionar antes de hablar,
algo que me costaba encontrar.
Tal
vez por ello, la idea de conocerle más no me asustaba. Al fin y al cabo, le
empezaba a descubrir más, a saber más de él, pero no íbamos a llegar muy lejos. Ni él quería hacer amistad conmigo, ni yo con él. O
eso creía yo en un principio.
-Hace
años –Fruncí el ceño -. Con unos viejos amigos. Fue una época en la que… nos
alejábamos de todo. La vida perfecta, sin preocupaciones. Pero no tan perfecta
como creíamos.
-Te
entiendo…
-¿Pero
sabes? A pesar de ello, no me arrepiento tanto –Me encogí de hombros -. No
estaba bien lo que hacía, pero… pero al menos viví buenos tiempos.
Y
sin darme cuenta, dejé caer todo lo acumulado, todo lo callado y reservado en
Dougie. En alguien, lo suficientemente cerca pero lejano como para sincerarme.
Terminé
suspirando a tiempo que echaba el humo. No pensaba, no quería hacerme cargo de
las consecuencias o opinión de aquello, de modo que por una noche, pasé de todo
lo que había seguido hasta ahora y fumé.
Podía
notar el humo afectar a mi cabeza. Mi visión se oscurecía suavemente, y notaba
como mi cuerpo flotaba en una pequeña nube, pero cargaba con mi peso. La
respiración de Dougie era tranquila a mi lado. No había fumado ni en
comparación a lo que él, pero me había excedido.
-¿Qué
hora es? –Pregunté, oyendo mi voz lejana. Estaba en otra parte.
-La
una de la noche.
Resoplé
alterada, pero no noté ninguna alteración en mi cuerpo. Estaba relajada, sin
preocupaciones. Me daba igual madrugar mañana, acostarme tarde hoy y la
compañía de tal desconocido en aquel caso. Al fin y al cabo, era Dougie. No le
conocía, no conocía nada de aquello. Y no era más que una noche de desconexión.
-¿Te
tienes que ir?
-Debería
irme.
-Si
quieres puedo acompañarte varias manzanas.
Fruncí
el ceño y me giré para verle. Ya nada escondía su rostro. El gorro, en compañía
de la bufanda habían desaparecido y su flequillo se curvaba con ligereza hacía
arriba. Noté un escalofrío aliciente; debía admitir que era guapo. Realmente
guapo.
-No
quiero que me acompañes. Puedo coger un taxi, no te preocupes.
Una
carcajada burlona rió en medio del silencio.
-¿Sueles
repeler tanto a la gente?
Sonreí.
-Siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario