Ya
eran casi las diez cuando me escabullí del bar a Westminster. Una niebla suave
y ligera embriagaba las calles Londinenses, y el frío rasgaba las pieles más
sensibles que rozaba. Me apreté la bufanda con firmeza y me dejé llevar por mi
camino de la orilla tan conocido. Ya no sabía porque iba allí, pero me ayudaba
a despejar ideas.
¿Nunca,
alguna noche, en algún lugar, os habéis parado a pensar más a fondo? En algún
campamento, en medio del silencio o la noche, con un paisaje tranquilo y un
entorno estable. Así era yo cuando me encontraba allí. Suspiré mohínamente, y
me dejé apoyar sobre la valla que separaba el río del camino.
Miré
a ambos lados en medio del segundo. Y tal como suponía, allí estaba la
misteriosa pero un poco más conocida del chaval, a tres metros o así de mí. Su
cabeza se movió en mi dirección, a lo que me quedé oteando callada. Su figura,
de pronto, se empezó a mover dirección a mí.
Sonreí
mientras escondía mi nariz en la bufanda y dejaba de verle. Fijé mi mirada en
los casi invisibles pececillos que rondaban por el agua de cerca, y no tardé en
notar el calor de su presencia. Fue silenciosa, ligera, pero pude notar la
compañía de aquel extraño individuo.
-Hola
–Saludó con aquella voz. Inocente, pero aún así ocultaba cientos de cosas.
-¿Y
bien? –Pregunté, girando mi cabeza para verle de soslayo.
-¿Qué
ocurre?
-Creía
que seguía siendo una desconocida para ti.
-Y
lo eres; no sé ni cómo te llamas –Noté como se apoyaba, imitándome, sobre el
frío hierro de la valla. Vi relucir sus ojos, y sin darme cuenta, giré la
cabeza para fijarme en ellos -. Vine a traerte esto. Te dije que te los
devolvería.
Bajé
la mirada para ver como sus guantas sujetaban dos paquetes de tabaco. Preciosos
y delicioso tabaco ya hecho, una nueva perdición para mí. Me deshice con
cuidado de la bufanda, dejando ver mi cara, pero fruncí el ceño entre una
mezcla de confusión.
-No
hacía falta, eh Dougie.
-Quería
devolvértelos. Anda ten –Me los tendió. En aquel momento, me avispé de que
podía contemplar su rostro entero. Ya no se preocupaba tanto en ocultarme su
rostro, y aquella tez suave impropia para lo que dejaba ver me observó -. Y no
me llames Dougie.
-Acepto
uno; el otro ya lo tienes para marihuana –Dougie sonrió de lado, con cierta
picardía -. ¿Por qué no quieres que te llame por tu nombre?
-Porque
ni siquiera yo sé el tuyo –Vociferó sonriendo y volviendo a apoyarse sobre la
valla.
-¿Y
te frustra?
-No
tanto, pero un poco sí –Sonrió con soberbia. Sus ojos azules verdosos me
observaron con cuidado y en silencio.
Noté su mirada pasar por cada mínimo detalle, analizándome, y el rubor cubrió
mi rostro sin evitarlo -. ¿Cómo estás, agradable desconocida?
-Oh,
genial, pero sigo sin entender el por qué le hablas a esta desconocida y ni le
preguntas el nombre –Pregunté, carcajeando. Una sonrisa curtida se embozó en
sus labios -. Es extraño.
-Porque
me lo tienes que decir tú –Alcé una ceja -. Yo te dije el mío sin que
preguntase. Quiero que me digas el tuyo cuando así lo quieras tú.
-No
te lo voy a decir, entonces –Sonreí con
maldad.
-Eso
es lo que me gusta, y el por qué sigo hablando contigo –Empezó a reír, pero su
compostura volvió a erguirse de pie -. ¿Me acompañas?
-¿A
fumar? –Pregunté disimuladamente. El asintió con ligereza -. ¿Quieres te
acompañe?
-Oh,
bueno… sí –Dougie frunció el ceño. Su cara, delgaducha adoptó una mueca llena
de ternura. Seguía mi subconsciente sin creer que aquel muchacho fuese tan
drogado -. Me divertí bastante el otro día. Además, aprovecho hoy que no has
venido con tu amigo.
-Logan
–Dije.
-Ese
–Sonrió muy levemente -. ¿Entonces, te vienes o no?
Sonreí
ampliamente. No sabía exactamente el por qué, pero aquello me gustó. El mismo
desconocido que pretendía ocultarse de los demás, el mismo que no quería que
nadie le viese ni supiese de él y sus vicios, se me estaba abriendo a conocer
con tanta facilidad que parecía que se le escapaba. Me ruboricé por aquel
detalle que él parecía no darse cuenta, y asentí levemente.
-¿Dougie,
no? –Pregunté. Comenzó a andar, pero no dejó de mirarme con el ceño fruncido,
sin entender -. ¿Quieres saber cómo me llamo?
-No
–Sonrió convenido -. No tengo el más mínimo interés.
El
callejón solitario lo recibí con mejores brazos aquella noche. Dougie no tardó
en apoyarse en una de las húmedas paredes, junto a un banco, y yo me situé
delante de él. No tardó en comenzar a liarse una de aquellos porros que él se
hacía, y yo, callada como siempre, me fijé en su forma ya experimentada de
liar.
-Puedes
hablar –Dijo sonriendo.
-Me
gusta ver como lías.
-¿Te
gusta? –Se rió -. ¿Quieres probar tú?
-¿A
liar un porro? –Miré la hierba con cierto recelo, pero miedo también -. Nunca
lo he hecho. Y puede que te lance a perder tu preciada consumición.
-Me
da igual la consumición –Terminó de pegar la pava mientras prensaba el porro
con bastante rapidez –Ven, prueba a liarte uno.
-No
hace falta, en serio, puedo….
-¿Quieres
liarte uno? –Me cuestionó con firmeza. Fruncí el ceño sin contestar; no sabía
que debía decir -. No pienses en pros y contra. ¿Te hace ilusión? Es solo eso.
-Bueno,
está bien, entonces sí. -Me senté sobre el posabrazos del banco, y extendí mis
manos para recibir la marihuana -. Pero guíame, por favor.
-Por
supuesto que sí. Es lo más mínimo –Levantó las cejas rápidamente -. Veamos como
sale esto.
Seguí
sus indicaciones tal cual me las dicto. Las manos me temblaban y sudaban,
dificultándome mucho las cosas, pero tras cinco, tal vez diez minutos, terminé
de liarlo con bastantes fallos. Dougie alzó las cejas, mirándolo con cierto
despecho y pena, y entonces comencé a reír.
-Venga
ya, para ser la primera vez que pruebo, no está nada mal.
-Está
peor incluso que los cigarros…
-También
hay más cantidad, ¡mira! Ha salido bien gordo.
Dougie
se encogió de hombros, y finalmente, terminó por sonreír.
-Aprobada,
pero por los pelos.
Sonreí
con orgullo y le extendí aquel porro. Él lo miró con serenidad, frunciendo el
ceño. Aguantó, aún sin estrenar su porro liado por él y me apartó la mano.
-Quiero
que lo enciendas tú.
-No
voy a encenderlo yo –Dije serena -. No, gracias.
-Encenderlo
no es fumar, es simplemente petárselo –Dijo, insistiendo. Intenté advertirle
con una mirada, pero sus ojos me ignoraban; estaban ocupados en intentar
someterme -. Venga, es tu primer porro liado. Haz el honor; es nuestra ley.
Quien lo lía, se lo peta.
-Bueno,
pues yo no quiero encenderlo.
Dougie
suspiró, rindiéndose. Sus ojos me miraron con menosprecio y se encogió de
hombros, adusto.
-Está
bien, comprendo que te de miedo.
-¿Cómo
que miedo? –Exclamé. Sus ojos me observaron, levemente achinados conteniendo
una sonrisas-. ¿Quieres callarte? No voy a fumar porque no quiero, ya está.
-No
pasa nada por tener miedo a fumar, eh. Yo también lo tuve al principio, pero
luego es la mayor tontería del mundo. Pero bueno, no hace falta que lo hagas si
no vas a poder con ello.
Noté
mi vena arder y mis ojos atravesaron desafiantes y llenos de odios los de
Dougie. Su sonrisa permaneció contuviéndose, y finalmente, caí dónde intentaba
no caer.
Odiaba parecer débil. Odiaba no ser fuerte, pero
también el ser cobarde y el no tener agallas. Me alejaba de la derrota, era
algo propio de mí, un carácter defensivo, pero también problemático. Agarré mi
porro antes de que Dougie se lo llevase a la boca, y lo situé con suavidad en
mis labios. Extendí la mano pidiendo mechero y sin mirarle, pero bastó oír su
respiración para notar la gracia en su voz.
-Mechero
–Exigí con voz ronca.
-Toma
–Dijo, pero de pronto, una llama apareció delante de mí. Me lo estaba
encendiendo él.
Intenté
tomármelo con calma. Acerqué el rostro con cuidado, y con suavidad, aspiré una
calada. Un sabor amargo, rasposo y mareante se me llenó en la cabeza, pero pude
reconocer el sabor. Oh, maldita
marihuana, cuanto tiempo, pensé. Di otra calada, tras otra y una más sin
pararme a pesar, simplemente fumé dejándome llevar, y entonces separé el porro
de mis labios. Sonreí suavemente, olvidando mi rabia y enfurecimiento, y Dougie
sonrió de oreja a oreja delante de mí.
-Me
impresiona que no te hayas puesto a toser.
-He
fumado –Reproché, intentando volver a la serenidad.
-Pero
porque has querido.
-¡Pero
tú has insistido!
-¿Y
qué? Finalmente te has acercado tú el porro –Fruncí el entrecejo, cabezota y le
miré mezquina -. No me mires así –Carcajeó, y se dejó caer a mi lado -. ¿Te
gusta, verdad? Habrás sabido saborearla seguro. Eso se nota.
-Está
bien –Dije con vergüenza -. Así era la que me gustaba.
-Del
mismo sabor que a mí –Dougie me miró. Podía notar la sonrisa aún impresa sobre
su rostro tras mis caladas. Debía admitir que aquel muchacho adicto a las
drogas lograba enfurecerme, pero no tardaba en hacer que aquello desaparecía.
Aquel desconocido me caía bien.
No
dejé de mirarle. Él siguió fumando, sin ofrecerme más, lo que agradecí, y
estuvo atento a su porro en todo momento. A cambio, decidí darme el placer de
analizarle con demora una vez más.
-¿Qué
miras? –Preguntó de pronto, nervioso.
-¿Por
qué te ocultas tanto de la gente?
-No
me oculto –Contradijo, pero ni él podía haberse creído aquellas palabras.
-Sí,
sí que lo haces. No conoces a todo Londres, pero siempre vas… pasando
desapercibido. No quieres que nadie te vea nunca.
-Porque
no sería bueno. Ya sabes, llevo esto en secreto –Frunció el ceño, y en aquel
momento, sus ojos azules volvieron a levantarse a los míos.
El contacto visual comenzó a arder, y su
mirada se rindió antes que la mía. Se subió suavemente la bufanda, y se ajustó
el gorro, y de pronto, su rostro se oscureció aún más.
-No te tapes –Dije, sin pensar.
Podía notar los efectos del cannabis comenzando a arremeter en mi cuerpo, y sin
pararme a pensar, levanté mi brazo y acerqué mi mano al rostro de Dougie, con
cuidado -. Eres buen chico, no eres mala persona como para ocultarte. Y… no
quiero que te ocultes delante de mí. A pesar de no conocerme.
Bajé suavemente la bufanda de
nuevo, y mi dedo rozó su piel. Suave, pero fría, noté un escalofrío recorrer mi
dedo índice. Mi columna se convulsionó, pero sin detenerme, removí suavemente
su cabello apartando un poco su gorro. Él seguía quiert, con el ceño fruncido y
aquellos pequeños ojos azules mirándome, confuso, alerta, pero tranquilo. Una
mirada sosegadora, y segura. Podía notar cierta confianza en ellos, y aquello
me embozó una inconsciente sonrisa en los labios.
-Tú tampoco eres tan fría como
te muestras.
Fruncí el ceño y aparté mi
mano, alejándome de aquel confort sobre su piel, y comodidad de su mirada. Le
miré con el ceño fruncido, y entonces, fue él el que sonrió.
-Todos pretendemos ocultarnos
en alguien.
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