lunes, 2 de septiembre de 2013

Capítulo 7 - Callejones de humo



                Ya eran casi las diez cuando me escabullí del bar a Westminster. Una niebla suave y ligera embriagaba las calles Londinenses, y el frío rasgaba las pieles más sensibles que rozaba. Me apreté la bufanda con firmeza y me dejé llevar por mi camino de la orilla tan conocido. Ya no sabía porque iba allí, pero me ayudaba a despejar ideas.
                ¿Nunca, alguna noche, en algún lugar, os habéis parado a pensar más a fondo? En algún campamento, en medio del silencio o la noche, con un paisaje tranquilo y un entorno estable. Así era yo cuando me encontraba allí. Suspiré mohínamente, y me dejé apoyar sobre la valla que separaba el río del camino.
                Miré a ambos lados en medio del segundo. Y tal como suponía, allí estaba la misteriosa pero un poco más conocida del chaval, a tres metros o así de mí. Su cabeza se movió en mi dirección, a lo que me quedé oteando callada. Su figura, de pronto, se empezó a mover dirección a mí.
                Sonreí mientras escondía mi nariz en la bufanda y dejaba de verle. Fijé mi mirada en los casi invisibles pececillos que rondaban por el agua de cerca, y no tardé en notar el calor de su presencia. Fue silenciosa, ligera, pero pude notar la compañía de aquel extraño individuo.
                -Hola –Saludó con aquella voz. Inocente, pero aún así ocultaba cientos de cosas.
                -¿Y bien? –Pregunté, girando mi cabeza para verle de soslayo.
                -¿Qué ocurre?
                -Creía que seguía siendo una desconocida para ti.
                -Y lo eres; no sé ni cómo te llamas –Noté como se apoyaba, imitándome, sobre el frío hierro de la valla. Vi relucir sus ojos, y sin darme cuenta, giré la cabeza para fijarme en ellos -. Vine a traerte esto. Te dije que te los devolvería.
                Bajé la mirada para ver como sus guantas sujetaban dos paquetes de tabaco. Preciosos y delicioso tabaco ya hecho, una nueva perdición para mí. Me deshice con cuidado de la bufanda, dejando ver mi cara, pero fruncí el ceño entre una mezcla de confusión.
                -No hacía falta, eh Dougie.
                -Quería devolvértelos. Anda ten –Me los tendió. En aquel momento, me avispé de que podía contemplar su rostro entero. Ya no se preocupaba tanto en ocultarme su rostro, y aquella tez suave impropia para lo que dejaba ver me observó -. Y no me llames Dougie.
                -Acepto uno; el otro ya lo tienes para marihuana –Dougie sonrió de lado, con cierta picardía -. ¿Por qué no quieres que te llame por tu nombre?
                -Porque ni siquiera yo sé el tuyo –Vociferó sonriendo y volviendo a apoyarse sobre la valla.
                -¿Y te frustra?
                -No tanto, pero un poco sí –Sonrió con soberbia. Sus ojos azules verdosos me observaron con cuidado  y en silencio. Noté su mirada pasar por cada mínimo detalle, analizándome, y el rubor cubrió mi rostro sin evitarlo -. ¿Cómo estás, agradable desconocida?
                -Oh, genial, pero sigo sin entender el por qué le hablas a esta desconocida y ni le preguntas el nombre –Pregunté, carcajeando. Una sonrisa curtida se embozó en sus labios -. Es extraño.
                -Porque me lo tienes que decir tú –Alcé una ceja -. Yo te dije el mío sin que preguntase. Quiero que me digas el tuyo cuando así lo quieras tú.
                -No te lo voy a decir, entonces –Sonreí  con maldad.
                -Eso es lo que me gusta, y el por qué sigo hablando contigo –Empezó a reír, pero su compostura volvió a erguirse de pie -. ¿Me acompañas?
                -¿A fumar? –Pregunté disimuladamente. El asintió con ligereza -. ¿Quieres te acompañe?
                -Oh, bueno… sí –Dougie frunció el ceño. Su cara, delgaducha adoptó una mueca llena de ternura. Seguía mi subconsciente sin creer que aquel muchacho fuese tan drogado -. Me divertí bastante el otro día. Además, aprovecho hoy que no has venido con tu amigo.
                -Logan –Dije.
                -Ese –Sonrió muy levemente -. ¿Entonces, te vienes o no?
                Sonreí ampliamente. No sabía exactamente el por qué, pero aquello me gustó. El mismo desconocido que pretendía ocultarse de los demás, el mismo que no quería que nadie le viese ni supiese de él y sus vicios, se me estaba abriendo a conocer con tanta facilidad que parecía que se le escapaba. Me ruboricé por aquel detalle que él parecía no darse cuenta, y asentí levemente.
                -¿Dougie, no? –Pregunté. Comenzó a andar, pero no dejó de mirarme con el ceño fruncido, sin entender -. ¿Quieres saber cómo me llamo?
                -No –Sonrió convenido -. No tengo el más mínimo interés.
               

                El callejón solitario lo recibí con mejores brazos aquella noche. Dougie no tardó en apoyarse en una de las húmedas paredes, junto a un banco, y yo me situé delante de él. No tardó en comenzar a liarse una de aquellos porros que él se hacía, y yo, callada como siempre, me fijé en su forma ya experimentada de liar.
                -Puedes hablar –Dijo sonriendo.
                -Me gusta ver como lías.
                -¿Te gusta? –Se rió -. ¿Quieres probar tú?
                -¿A liar un porro? –Miré la hierba con cierto recelo, pero miedo también -. Nunca lo he hecho. Y puede que te lance a perder tu preciada consumición.
                -Me da igual la consumición –Terminó de pegar la pava mientras prensaba el porro con bastante rapidez –Ven, prueba a liarte uno.
                -No hace falta, en serio, puedo….
                -¿Quieres liarte uno? –Me cuestionó con firmeza. Fruncí el ceño sin contestar; no sabía que debía decir -. No pienses en pros y contra. ¿Te hace ilusión? Es solo eso.
                -Bueno, está bien, entonces sí. -Me senté sobre el posabrazos del banco, y extendí mis manos para recibir la marihuana -. Pero guíame, por favor.
                -Por supuesto que sí. Es lo más mínimo –Levantó las cejas rápidamente -. Veamos como sale esto.
                Seguí sus indicaciones tal cual me las dicto. Las manos me temblaban y sudaban, dificultándome mucho las cosas, pero tras cinco, tal vez diez minutos, terminé de liarlo con bastantes fallos. Dougie alzó las cejas, mirándolo con cierto despecho y pena, y entonces comencé a reír.
                -Venga ya, para ser la primera vez que pruebo, no está nada mal.
                -Está peor incluso que los cigarros…
                -También hay más cantidad, ¡mira! Ha salido bien gordo.
                Dougie se encogió de hombros, y finalmente, terminó por sonreír.
                -Aprobada, pero por los pelos.
                Sonreí con orgullo y le extendí aquel porro. Él lo miró con serenidad, frunciendo el ceño. Aguantó, aún sin estrenar su porro liado por él y me apartó la mano.
                -Quiero que lo enciendas tú.
                -No voy a encenderlo yo –Dije serena -. No, gracias.
                -Encenderlo no es fumar, es simplemente petárselo –Dijo, insistiendo. Intenté advertirle con una mirada, pero sus ojos me ignoraban; estaban ocupados en intentar someterme -. Venga, es tu primer porro liado. Haz el honor; es nuestra ley. Quien lo lía, se lo peta.
                -Bueno, pues yo no quiero encenderlo.
                Dougie suspiró, rindiéndose. Sus ojos me miraron con menosprecio y se encogió de hombros, adusto.
                -Está bien, comprendo que te de miedo.
                -¿Cómo que miedo? –Exclamé. Sus ojos me observaron, levemente achinados conteniendo una sonrisas-. ¿Quieres callarte? No voy a fumar porque no quiero, ya está.
                -No pasa nada por tener miedo a fumar, eh. Yo también lo tuve al principio, pero luego es la mayor tontería del mundo. Pero bueno, no hace falta que lo hagas si no vas a poder con ello.
                Noté mi vena arder y mis ojos atravesaron desafiantes y llenos de odios los de Dougie. Su sonrisa permaneció contuviéndose, y finalmente, caí dónde intentaba no caer.
                Odiaba  parecer débil. Odiaba no ser fuerte, pero también el ser cobarde y el no tener agallas. Me alejaba de la derrota, era algo propio de mí, un carácter defensivo, pero también problemático. Agarré mi porro antes de que Dougie se lo llevase a la boca, y lo situé con suavidad en mis labios. Extendí la mano pidiendo mechero y sin mirarle, pero bastó oír su respiración para notar la gracia en su voz.
                -Mechero –Exigí con voz ronca.
                -Toma –Dijo, pero de pronto, una llama apareció delante de mí. Me lo estaba encendiendo él.
                Intenté tomármelo con calma. Acerqué el rostro con cuidado, y con suavidad, aspiré una calada. Un sabor amargo, rasposo y mareante se me llenó en la cabeza, pero pude reconocer el sabor. Oh, maldita marihuana, cuanto tiempo, pensé. Di otra calada, tras otra y una más sin pararme a pesar, simplemente fumé dejándome llevar, y entonces separé el porro de mis labios. Sonreí suavemente, olvidando mi rabia y enfurecimiento, y Dougie sonrió de oreja a oreja delante de mí.
                -Me impresiona que no te hayas puesto a toser.
                -He fumado –Reproché, intentando volver a la serenidad.
                -Pero porque has querido.
                -¡Pero tú has insistido!
                -¿Y qué? Finalmente te has acercado tú el porro –Fruncí el entrecejo, cabezota y le miré mezquina -. No me mires así –Carcajeó, y se dejó caer a mi lado -. ¿Te gusta, verdad? Habrás sabido saborearla seguro. Eso se nota.
                -Está bien –Dije con vergüenza -. Así era la que me gustaba.
                -Del mismo sabor que a mí –Dougie me miró. Podía notar la sonrisa aún impresa sobre su rostro tras mis caladas. Debía admitir que aquel muchacho adicto a las drogas lograba enfurecerme, pero no tardaba en hacer que aquello desaparecía. Aquel desconocido me caía bien.
                No dejé de mirarle. Él siguió fumando, sin ofrecerme más, lo que agradecí, y estuvo atento a su porro en todo momento. A cambio, decidí darme el placer de analizarle con demora una vez más.
                -¿Qué miras? –Preguntó de pronto, nervioso.
                -¿Por qué te ocultas tanto de la gente?
                -No me oculto –Contradijo, pero ni él podía haberse creído aquellas palabras.
                -Sí, sí que lo haces. No conoces a todo Londres, pero siempre vas… pasando desapercibido. No quieres que nadie te vea nunca.
                -Porque no sería bueno. Ya sabes, llevo esto en secreto –Frunció el ceño, y en aquel momento, sus ojos azules volvieron a levantarse a los míos.
 El contacto visual comenzó a arder, y su mirada se rindió antes que la mía. Se subió suavemente la bufanda, y se ajustó el gorro, y de pronto, su rostro se oscureció aún más.
-No te tapes –Dije, sin pensar. Podía notar los efectos del cannabis comenzando a arremeter en mi cuerpo, y sin pararme a pensar, levanté mi brazo y acerqué mi mano al rostro de Dougie, con cuidado -. Eres buen chico, no eres mala persona como para ocultarte. Y… no quiero que te ocultes delante de mí. A pesar de no conocerme.
Bajé suavemente la bufanda de nuevo, y mi dedo rozó su piel. Suave, pero fría, noté un escalofrío recorrer mi dedo índice. Mi columna se convulsionó, pero sin detenerme, removí suavemente su cabello apartando un poco su gorro. Él seguía quiert, con el ceño fruncido y aquellos pequeños ojos azules mirándome, confuso, alerta, pero tranquilo. Una mirada sosegadora, y segura. Podía notar cierta confianza en ellos, y aquello me embozó una inconsciente sonrisa en los labios.
-Tú tampoco eres tan fría como te muestras.
Fruncí el ceño y aparté mi mano, alejándome de aquel confort sobre su piel, y comodidad de su mirada. Le miré con el ceño fruncido, y entonces, fue él el que sonrió.
-Todos pretendemos ocultarnos en alguien.


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