Al
día siguiente decidí tomarme un pequeño descanso de la realidad. Llamé a Paula,
quien por supuesto estaba disponible para dar una vuelta por Londres. Un
tiemplo nublado y con chubascos amenazaba de lluvia, pero tentando a la suerte
y arriesgándome, decidí coger parte de los ahorros y desfogarme.
Paula
consiguió su plan de aquel día. Llevándome por mi suerte al centro de la
ciudad, nos perdimos entre las muchas tiendas de ropa. No abusé aquel día, no
debía abusar, pero toda la ropa que ya era magnífica por sí sola, adquiría
valor a ojos de Paula.
-Venga
ya, te quejas de no tener ni un duro y lo primero que haces es ir a comprarte
ropa –Se quejó ella, sentándose en un banco del parque.
-Lo
he cogido de unos ahorros para estos casos –Me defendí con serenidad -. Me
apetecía desconectar un poco hoy, y ya está. Me entiendes en esto.
-Sí,
Anne, ya lo sé. Es solo eso… últimamente andas desaparecida, rehúyes de todo.
Sé que eres así, pero esta vez es raro.
-Fue
lo de la obra. Y supongo también que
estaba bloqueada totalmente.
-¿Y
ahora cómo estás?
Fruncí
el ceño. Tenía que admitir, muy a mi pesar, que cierta parte se debía a la
marihuana, a la droga. Era una pequeña decaída, sabía que aquello me haría
desconectar y sin duda lo había hecho. Y también se debía a Dougie. O el
desconocido de Dougie. No sabría decir con precisión. Era, más allá de lo que
conocía de él, un desconocido, pero se dejaba conocer. Tenía que admitir que ya
no le veía como tal, le había conocido o por lo menos lo que me había dejado ver
de él. Al menos para mí eso no era de un desconocido.
-Estoy
desconectando.
-¿Y
eso es bueno? –Se rió vacilando.
-Sí,
la verdad es que sí –Dije, y una pequeña sonrisa se escapó de mi comisura.
El
sábado amaneció con una fuerte llovizna que incrementó a lo largo del día. Podía notar mi cuerpo
flaquear junto al tiempo, pero aún así, me animaba. Suspiré enfrente del
cristal, viendo circular a los coches bajo mi vista y como se encapotaba el
vaho sobre la ventana. Era un día gélido, perfecto para que saliese.
Comí
lo más ligero que encontré en la vacía nevera. Tenía que ir a comprar, pero lo odiaba. Suspiré y aplacé a más tarde
la tarea, y me resigné a ver el móvil que aún descansaba sobre el sofá. Mi
superstición de las llamadas no falló; siete llamadas perdidas de Logan,
incluso aquella mañana cuando aún estaba en brazos de Morfeo. Reprimí una
pequeña carcajada, pero cuando estaba a punto de llamarle, el móvil volvió a
sonar.
Logan.
Descolgué de inmediato.
-Buenos
días –Saludé mientras me dejaba caer en el butacón de cuero.
-¿Pero dónde estabas, desaparecida? –Oí
su voz relajarse a cada palabra. Entendía el alivio que haberle respondido al
móvil -. Te estuve llamando anoche para
salir un rato.
Fruncí
el ceño. Lo sabía, había oído las llamadas pero no quise. Suspiré mientras
jugueteaba con un hilo suelto de mi pantalón, y obligué a las palabras a
mentirle:
-No
me apetecía salir.
-¿Te encontrabas mal?
-No,
es solo que… -¿Era solo qué? La verdad hubiese sonado demasiado fuerte,
demasiado dura para él y desconcertante. Era solo que me apetecía volver a
desconectar, volver a colocarme, tal vez volver a tener la compañía de alguien
que no me iba a juzgar -. Que estuve trabajando en una nueva obra.
-Vaya, pues me alegro entonces –Un
silencio largo se profundizó -. Ahora
estoy en la papelería de Johnston, ¿te apetece que me pase por tu casa un rato?
-Está
bien. Te espero aquí –Dije. Me despedí de él y colgué.
Logan
no tardó en llegar. De nuevo, su presencia trajo consigo el perfume que ya
tanto conocía. Se quito la chaqueta y se dejó caer en el sofá, mientras dejaba
escapar un resoplido. Las puntas de su cabello goteaban sin cesar.
-¿Llueve
mucho, no? –Pregunté mientras buscaba algún mechero por la estantería. Detrás
de mí, oí el sonido del televisor encenderse.
-Sí,
pero más tarde dejará de llover.
-¿Y
cómo lo sabes? –Me giré vacilando, mientras levantaba una ceja.
-¿Alguna
vez fallo en la meteorología? –Me guiñó un ojo, mientras volvía a centrarse en
el televisor.
Finalmente
encontré lo que buscaba detrás de mi vieja colección de libros de Zafón. Fruncí
el ceño mientras observaba el libro, cubierto de una pequeña capa de polvo que
oscurecía la portada. Abrí mi mano para ver el mechero y me extrañé al verlo.
Aquel mechero no era mío.
Tenía
una “tela” voluminosa que cubría el decorado del mechero, y en ella se dibujaba
una hoja de marihuana. Grande y con sombra. Tenía que admitir que aquel mechero
tenía estilo, y no tardé en caer en la cuenta de quien era el dueño.
Dougie.
-¿Y
ese mechero? –Oí detrás mia. Logan había volteado la cabeza y miraba mis manos,
las cuales iban girando el mechero poco a poco.
-No
es mío. Al parecer me lo llevaría sin darme cuenta y habrá acabado ahí.
-¿Eso
es una hoja de marihuana? –Se levantó rápidamente. Intenté escabullirme, pero
su brazo rodeó mi estómago mientras con sutileza y sin complicación arrebataba
el mechero de mi mano. Intenté zarandearle, pero no tardó en inmovilizar mis manos -. ¿De
dónde lo has sacado?
-Logan,
me haces daño –Mentí intentando soltarme, pero él no se inmutó. Ya conocía mis
mentiras. Siguió mirando el mechero con esmero.
-¿De
quién es? –Volvió a repetir.
-El
chico que te dije que conocí en Westminster –Su ceño se frunció y su mirada
subió hasta mis ojos. Noté como aquellos ojos azules volvían a preocuparse.
-¿Fuma
marihuana?
-Sí
–Admití.
-Lise…
-No
me pongas esa cara –Pedí mientras me zafaba de su mano. Le quité el mechero con
rapidez, y sus ojos se profundizaron más sobre los míos. Odiaba aquella mirada,
aquel gesto que había en ellos y se ocultaba, callado -. ¿Qué te ocurre?
-¿Has
fumado marihuana? No quiero que fumes.
Noté
el primer pinchazo de remordimiento.
-No
he fumado marihuana, tranquilo.
-¿Seguro?
-Logan,
déjame en paz –Salté, pero no se ofendió. Agradecí aquel esto, y que me
conociera tan bien -. Le devolveré el mechero cuando le vea y ya está.
No
dijo nada más. Sus ojos me observaron con firmeza un poco más, y finalmente una
pequeña sonrisa se formó en sus labios. No era buena, no era alegre. Tal vez
estaba llena de preocupación, o miedo, o incluso otro sentimiento que se
alejaba a lo que yo podría sentir.
-Paula
me ha dicho que cuando anochezca se pasará por allí –Dijo, refiriéndose a
Westminster -. ¿Te vienes?
-Está
bien –Acepté por inercia. Era costumbre, demasiado habitual -. Y reza para que
tu superstición no falle.
-No
te preocupes, nena –Dijo con una pizca de gracia mientras me guiñaba un ojo.
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