lunes, 26 de agosto de 2013

Capítulo 6 - Aroma alcohólico.


                Me Tomé mi tiempo antes de volver a escribir. Centré mis ideas, dejándome más tiempo para pensar, y reflexionar. Tenía que tener clara mi siguiente obra, y tenía suficiente tiempo libre para hacerlo. Quería que saliese de dentro, quería que las palabras y los sentimientos fluyeran la escribir.
                Por otra parte, Logan se hizo mi más fiel compañero los días siguientes que pasaron. Mis visitas a Westminster se habían relajado, y cuando lo visitaba, Logan siempre me acompañaba. Me ayudaba a despejar la tensión, la presión y el estrés de encima.
                Octubre empezó relajando las livianas nevadas en la ciudad. El primer miércoles del mes rozó la noche con una tranquila llovizna, y el café que me había pedido media hora antes empezaba a enfriarse. Delante de mí, mi cuaderno de notas avanzaba con esmero.
                -¿Quiere que le traiga algo más? –Me preguntó la camarera que me había atendido anteriormente. Rebosaba de rubor, eso sí, y una sonrisa amable y vergonzosa descansaban en sus cansados labios.
                -No, gracias. Aún no me lo he terminado.
                Un chistido sonó detrás de ella, y ambas dirigimos nuestra mirada a la barra. Un chico de veinte pocos años nos miraba con la mirada consumida de alcohol.
                -Sírveme otra cerveza, por favor.
                La camarera rodó los ojos mientras se alejaba en un resoplido. El joven chico la siguió con la mirada, embobado y esperando a algo que no debía ni recordar.
                -Mi jefe me ha dicho que no le ponga nada más, señor. Lo siento.
                -¿Señor? –Su voz sonaba engarrotada. Apenas podía entenderse -. ¿Tan viejo estoy? Joder, vale que los años me pesan tanto como otra cosa, pero no sabía que tanto –Carcajeó él solo. La camarera se metió en la cocina, y el silencio del casi vacío bar volvió a reinar.
                El borracho encharcó su mirada en su vaso vació. Rodé los ojos, sintiendo pena por él y tomé un sorbo de mi café. Estaba asqueroso helado. Miré la libreta con resignación, y noté como empezaba a forzar mi cabeza. La inspiración había vuelto a hacerse invisible y desaparecer.
                -Disculpa, -Oí a mi lado. Volteé con ligereza la cabeza para ver al chico a mi lado. Unos ojos azules entrecerrados y que apenas podía mantener abiertos me observaban embobados -. ¿Vas a terminarte eso?
                -Es café frío. Está asqueroso.
                -Da igual –Cogió mi café, y de un sorbo se lo bebió -. Ni te imaginas el mal sabor de boca que tengo.
                -¿Has vomitado? –Le pregunté alzando una ceja.
                -No lo sé – Y se dejó caer a mi lado.
                Me quedé observándole, impresionada por su desvergüenza y vislumbré como su mirada se perdía en la nada, concentrado en su cabeza confundida y embriagada. Le miré de arriba abajo. Era un chico normal, metro noventa, tal vez ochenta y de cabello castaño ligeramente ondulado y corto. Una barba de dos días, más pelirroja cubría una cara manchada de pecas suaves, y sus ojos, enrojecidos e incapaces de mantenerse mucho rato abiertos, le daban un aspecto inglés. Inglés borracho.
                -¿Por qué no te vas a casa?
                -Mi hermana me ha dejado por la zona. No la conozco.
                -¿Y no tienes coche?
                -No lo sé –Volvió a encogerse de hombros, y rompió a reír entrecortadamente.
                Rodé los ojos y guardé mi boletín de notas en el bolso. Quise salir, pero el inglés borracho impedía mi paso. Respiré profundamente, con la conmiseración hacía el chico rondando mi cuerpo entero.
                -Me tengo que ir. ¿Me dejas pasar?
                -Oh, sí, lo siento nena.
                Salí, y nada más oí el nombre último que  había dicho, mis ojos perforaron su mirada, amenazando. Su rostro se frunció, confusos, y sus labios sonrosados sonrieron.
                -¿Por qué me miras así?
                -No me llames nena –Advertí tranquilamente. Entendía a los borrachos, su situación. Había sido adolescente, en un entorno de alcohol y drogas no muy bonito que quiera recordar, y podía mantener paciencia con él -. Será mejor que llaves a algún amigo de tu móvil y que te lleve a casa. Allí date una ducha, y si eso, date otra por si acaso.
                -Gracias, guapa –Me sonrió. Se dejó caer en la mesa y sacó su móvil. Su mirada se perdía en la pantalla y sus dedos toqueteaban al azar los botones.
                Noté la pena asustar a mi cuerpo de pies a cabeza y la culpa empezaba a comerme al pensar en macharme. Era un desconocido, impasible para mí, pero estaba mal. Su mirada parecía emborronada por un humo de alcohol y sabía que solo no se las iba a ingeniar.
                Me maldije a mi misma cuando me acerqué lentamente a su lado también.
                -¿Quieres que te ayude?
                Su mirada se alzó, sonriéndome estúpidamente y me extendió el móvil. Me hubiese resultado hasta aliciente y guapo si no hubiese tenido la cara rojiza y los labios suavemente morados.
                -Sí, por favor. Busca a Tom, seguro que lo coge.
                -¿Tom qué más?
                -Tom, tío, que Tom va a ser –Dijo quitándole importancia como si conociese a sus amigos. Llamé al número y le tendí el móvil, pero él la apartó con cuidado, alejando el móvil -. Habla tú, o a mi me tirará el puro.
                -¿¡Venga ya, estás loco!? No pienso hablar yo.
                -Por favor… No me apetece oírle aún. Es muy preocupado, y si me oye a mí será peor. Tú pareces racional.
                -Racional… Repetí maldiciéndome en mi cabeza y le miré con una mala mirada. Me puse el móvil en el oído cuando ya empezó a sonar -. ¿Dime al menos cómo te llamas, no?
                -Danny –Sonrió, como si le hubiese encantado decir su nombre -. ¿Y tú eres…?
                -Cállate, Danny –Le ordené, dándole la espalda cuando oí descolgarse el teléfono.
                Mi corazón bombardeaba con tanto miedo que las palabras se me engarrotaron en la garganta.
                -Sí, dime tío.
                -Em… perdona, pero… ¿Eres Tom? –Dije entrecortadamente. Mierda y más mierda.
                -Sí, soy yo. ¿Quién eres? ¿Y Danny?
                -Está aquí conmigo, tranquilo –Tardé un par de segundos en seguir, buscando las palabras -. Está en un bar cerca del centro, y… bueno, no le conozco, pero me parece que va un poco ciego como para saber ir a casa.
                Oí a la otra línea varias voces más y al que debía llamarse Tom gritar algo. Sabía que era una situación delicada, y parecía ser que la borrachera de Danny tenía algún motivo en común con aquel Tom.
                -Joder, puto Jones. Me cago en él mil veces, tío –Oí la voz de Tom decir a alguien al otro lado -. Eh, lo siento. Perdona por molestarte, ahora mismo iré a buscarle.
                Le di la dirección encantada, viendo como Danny comenzaba a juguetear con las servilletas.
                -Muchas gracias, en diez minutos estoy allí.
                Oí como colgaba consumido por las prisas y nervios. Le tendí el móvil al tal Danny, quién lo aceptó mientras zarandeaba la cabeza.
                -Odio preocupar tanto a Tom –Dijo de pronto. Me senté enfrente de él, y fruncí el ceño mirándolo con detalle.
                -¿Entonces para que le das motivos para que se preocupe?
                -Problemas, demasiado problemas.
                Callé, pensando que decir. El rostro de Danny se había ablandado con ligereza y parecía que sus preocupaciones superaban de nuevo el alcohol. Su cabeza estaba un poco más en mi mundo.
                -Pero la solución no es cinco cervezas. Es lo peor que podrás hacer.
                -Pero… pero no se soluciona de ninguna manera –Dejó caer su cabeza sobre sus manos, en la mesa -. Menuda temporada…
                -Eh, venga, no te pongas así tío –Dije. Acaricié por inercia su mano, dándole un par de golpecitos para dar ánimo y resultándome aquello lo más incómodo posible -. Tú lo has dicho. Temporada, eso es lo que es. Sea lo que sea, se va a solucionar.
                -Pero, puf –Levantó la cabeza de nuevo, y sus ojos se habían cristalizado por las lágrimas -. Entre el enano, sus problemas, y los problemas de todos… -Fruncí el ceño. Dios sabría quién era aquel enano, y cuales eran sus problemas. Sabía que no iba a contarme nada, o al menos aquello parecía. Además, yo tampoco tenía ganas de oír penas ajenas -. Me asfixia.
                -Pues busca algo con lo que respirar –Me encogí de hombros -. Venga ya, no debe ser tan mala tu vida. Se te buen chico. Tienes unas cuantas entradas, sí, y a saber cuales son tus problemas, pero no por todas las desgracias vas a tener que huir de ellas. Las enfrentas, las aceptas y las vences. Es así. A veces más complicado que otras veces, pero poco a poco.
                Danny mantuvo su rostro sereno y atento observándome. Una sonrisa amplia y contagiosa me sonrió, y se removió el cabello, con los dos pies en el suelo.
                -Gracias… pero lo de las entradas sobraba.
                Carcajeé mientras me recostaba en el asiento.
                -Puedes irte, si tienes cosas mejores que hacer…
                -No, tranquilo, puedo quedarme –No sabía ni que hora era. Tarde, seguramente, pero no tenía horario ya -. Además, eres capaz de desaparecer aunque venga tu amigo.
                Sonrió y dejó caer su peso en los hombros. Estaba formado, de agradable torso. Su rostro se volvió más aliciente ahora que los efectos del alcohol se calmaban, y pude ver a un chico más tranquilo de lo que había parecido.
                Captó mi mirada analizadora, a la que respondió con una sonrisa.
                -¿Cómo te llamas, por cierto?
                Bajé la mirada. Sonreí para mis adentros, con repugnancia pero gracia y soporté aquel momento. Odiaba presentarme.
                -Anne.
                -Bonito nombre.
                -Cierra el pico.
                Danny carcajeó en voz alta. Se recostó sobre el asiento y su mirada se perdió por la ventana. Su sonrisa fue desapareciendo, y su mirada se centró en un punto fijo. Atento y sin perder de vista, su mirada se desplazó y alzó las cejas a tiempo de que el tintineo de la puerta avisara de que había entrado alguien más.
                -Vete a la mierda, Daniel –Oí a mi espalda.
                No hizo falta darme la puerta. Una figura tan alta como la de Danny, solo que encorvada y perfectamente pulcro se lanzó hacía Danny. Le olió el cuello y cabello, y su cara de contrajo de asco.
                -¿Cerveza y ron, tío?
                Sonreí al verle. Era adorablemente mono aquel chaval. Vestía con una sudadera roja pero iba arreglado, y un cabello rubio oscuro cubría su cabeza dejando caer un mechón como flequillo. Tenía unos ojos profundos, color café y que daban un abrigo con la mirada. Su rostro se frunció de nuevo y miró enfadado a su amigo.
                -Lo siento, Tom.
                -Lo siento dice –Bufó y se dio la vuelta. Entonces, sus ojos se percataron de mi y dejó escapar una exclamación -. ¡Mierda, lo siento! Soy Tom, uno de sus mejores amigos, encanado.
                -Yo soy Anne, una desconocida que se ha encontrado con uno de tus mejores amigos borrachos –Sonreí con delicadeza.
                -De veras, lo siento por Danny… no es alcoholico ni nada, pero es imbécil… no tenía ni idea de que había venido a este bar.
                -Tranquilo, no hace falta que te disculpes. A sido agradable, además, ahora está mucho mejor –Danny sonrió, asintiendo -. Y no iba a dejarle solo.
                -Muchas gracias enserio. No sé como agradecértelo –Me estrecho la mano, nervioso. A pesar de sonreír, junto un hoyuelo al lado derecho de una curtida piel, notaba su mano temblar y su cuerpo aún consumido por nervios horribles -. Si quieres te acerco a casa, o algo.
                -Oh, no te preocupes, no ha sido molestia –Cogí mi bolso mientras me dedicaba a sonreír -. En fin, espero que en nada se encuentre mejor. Va siendo hora de irse –Me di media vuelta mientras me despedía con la mano -. Hasta l…
                -Espera, Anne –Dijo Danny. Su rostro se había despejado mucho más y se levantó de nuevo, sin tambalear. Sacó un bolígrafo de su bolsillo, y aprovechando mi confusión, agarró mi brazo y me arremangó.
                -Llama a este número y pregunta por mi o Tom –Sonrió con delicadeza -. Te agradeceré como sea las molestias.
                -No hace falta nada de …
                -Cállate –Me guiñó un ojo, mofándose mientras me imitaba -. Buenas noches, Anne.

                -Gracias,y hasta luego –Se despidió Tom volviendo a sonreír dulcemente y su hoyuelo apareció. Sonreí con delicadeza, y terminé de dar media vuelta para marcharme.

martes, 20 de agosto de 2013

Capítulo 5 - Alejado del banco



                Logan no tardó en volver a desaparecer por el pasillo. Suspiré, notando mi corazón volver a bombear con fuerza. Necesitaba relajarme, pero tenía que decirle mi noticia para hacerlo. Volvió a pasar por delante de su propio salón, cruzándolo y hablando en voz alta pero no le escuchaba. Mi mirada le exigía nerviosa que se callara y me oyera, pero sus ojos miraban nerviosos a todas partes sin prestarme atención.
                -¿Qué te ocurre? Estate quiero ya –Le dije, levantándome del sofá. Su constante figura ir de allí a allá me alteraba demasiado.
                Por fin se detuvo y me miró varios segundos. Su boca formó una O, pero no salió más que un suspiro nervioso de ella y volvió a caminar. Se removió su cabello negro con las manos temblorosas y se sentó en el sofá de nuevo.
                -Estoy nervioso. Demasiado.
                -No me digas. No me he fijado ni nada, sabes –Dije con ironía sentándome a su lado -. ¿Qué demonios te pasa?
                -Me tienen que llamar.
                -¿Para saber si te han cogido o no?
                Negó suavemente con la cabeza sin apartar la mirada de enfrente.
                -¿Entonces?
                -Me dijeron que me habían cogido ya. Pero… no sé de qué van a meter.
                Cerré despacio los ojos mientras respiraba profundamente. Noté temblar mis brazos, desesperados y desquiciados. Logan me miró entonces, y intenté dedicarme la mirada más mezquina que pude.
                -¿Estás nervioso por eso? ¿Eres tonto o qué?
                -Pues es igual que los libros y concursos tuyos.
                Fruncí el ceño  y toda mueca de alegría desapareció de mi cara. Los ojos azules de Logan me observaron nerviosos, pero fueron relajándose pero llenándose de tensión conforme apreciaban mi rostro sereno. Bajé la mirada, y entonces noté como la figura de Logan se levantaba.
                -Lo siento, no pret…
                -Han rechazado mi relato. Ha habido otra ganadora.
                Silencio. Incómodo silencio cargado de falsas esperanzas.         
                Noté la rabia corroborarme por dentro. La figura de Logan, muerto por palabras que le atropellaban sin poder salir se acercaba con disimulo a mi lado. Yo misma era consciente de que él sabía plenamente lo difícilmente sostenible que era en aquel momento.
                -Lo siento por la obra, Lise, no pretendía…
                -No digas lo siento –Exclamé, notando como la rabia quería salir fuera -. No lo sientes. No tienes ni idea de cómo estoy ahora. Tú y tu cine, siempre por el medio. Crees entenderme y no.
                -Si que te entiendo,  Lise, y no quería referirme a nada en concreto que te pudiese molestar.
                -Tu nunca te molestas por nada. Finges, y ya está –Solté. Fruncí el ceño, pensando en esas palabras. Habían salido de algún lugar fuera de mis pensamientos y razón. Me sentí mal, noté mi pecho  comerse a si solo de la conmiseración, pero di media vuelta, y salí de casa.
                Un cielo encapotado de nubes grises se aproximaba por el este de Londres. Me subí la capucha de la chaqueta y caminé hasta el taxi más cerca. Iba a llover, pero de nuevo, me asfixiaba en aquel lugar. Terminé consiguiendo un taxi perdido, y con el pitido de la culpa perforándome el oído, salí en busca de oxígeno.
                No hace falta añadir el sitio al que fue. La noche caía con disimulo entre los altos edificios, pero los últimos rayos de sol se colaron entre las nubes con un toque canela sobre el Támesis. Salí al aire frío y comencé a caminar entre los bancos. Disimuladamente, mis ojos espiaron el lugar. Ningún conocido, o mis ojos se negaban a encontrar a nadie. Me dejé caer en el banco, y entre un suspiro, me apresuré a liar mis penas.
                Saqué aquel reto. No era la primera vez, y había practicado la noche anterior, pero dudaba de mis antaño logro. Suspiré y saqué el tabaco. Recordé todos los pasos de pensar, ajustar y apretar que me había enseñado el drogadicto amable y misteriosos que decía llamarse Dougie. Suspiré confusamente. Dougie era un nombre con el que no le asociaba.
                Tardé mis siete minutos en liar mi primera muestra de fe. Un cigarro, algo flojo pero bien se extendió en mis manos. Sonreí, desahogando tensión ante mi pequeño logro. Me había liado el primer cigarro decente en menos de 24 horas.
                -No sabía que sabías liar –Oí en mi oído.
                Di un respingo. Los ojos de Logan azules celestes centellaron con travesura. Aquella dichosa mirada. Solté una carcajada silenciosa y me volví a recostar, dándole la espalda.
                -¿Dónde has aprendido? –Me preguntó sentándose a mi lado. Me quito mi pequeña obra de las manos y la analizó con esmero -. No está nada mal…
                -Me enseñó un chico que conocí.
                Los ojos de Logan se apartaron azorados. Su mirada me encontró rehuyendo de la mía y sus ojos me preguntaron en silencio. Podía decir mil cosas de su faceta, pero no hubiese dicho nada en aquel momento.
                -¿Dónde?
                -Aquí, en Westminster –Suspiré. No quería contarle la historia de Dougie el desconocido, pero quería que Logan supiese de él -. Ya le he visto otra veces –Tergiversé -, y ayer simplemente me enseñó a liar.
                -Oh, bueno, pero ves en cuidado. A veces… a veces se ve rondar gente extravagante por a aquí.
                -Ser extravagante no es ser malvado, Logan –Carcajeé mientras me encendía en cigarro.
                -Da igual… -Dijo clavando la mirada en el suelo, perdida entre algunos de sus pensamientos -. De todas formas… bueno, ves en cuidado.
                -¿Estás preocupado? –Inquirí, sorprendida y alegre.
                Los ojos de Logan, picados me miraron como si no quisiera hablar. Carcajeé una vez más por su rostro, y una pequeña sonrisa se escapó de sus labios.
                -¿Y qué pasa si estoy preocupado? –Lo había admitido; sí -. Eres mi amiga. Y en una ciudad como Londres puedes encontrar de todo.
                Empecé a reír, tajante sin contestar. Adoraba a aquel Logan, pero lo aborrecía al mismo tiempo. Era fría, pero me gustaba el calor. Él sabía respetar las distancias que yo pedía, sabía como era y por ello le apreciaba tanto.
                -Deja de preocuparte por mí, inútil.
                -Oh, sí, me encantan tus muestras de cariño –Asintió con ironía. Su mano se posó en mi hombro, picándome mientras me apartaba de un salto de su lado -. ¿Qué pasa nena?
                -No me llames nena, gilipollas –Dije intentando parecer serena. Unas suaves patas de gallo se le formaron en los ojos mientras se burlaba de mí -. Y no vuelvas a hacer lo del hombro. Es repulsivo.
                -¿Repulsivo? –Carcajeó sonoramente -. ¿Tanto asco te doy?
                -No empieces. Y ya estás avisado… -Dije cortando la conversación mientras volvía a fumar. Aparté los ojos de Logan, los cuales me observaban divertidos y le di la espalda para sonreír sin que él se dase cuenta -. ¿Vas a quedarte mucho más rato?
                -Hasta que te acompañe a la puerta de tu casa –Vociferó con tono romántico, para lo que negué silenciosamente con la cabeza -. Y si quieres, te dejo pagar a ti el taxi que nos llevaba. Para que no salgas corriendo.
                -Cállate. Eres muy estúpido, Logan –Dije de broma y una carcajada más se perdió por la noche. Levanté la mirada, sonriendo aún con el cigarro en la boca y miré a la otra punta del Támesis.
                Suspiré mientras observaba el paisaje. Aparté de un zarandeo las ideas de la cabeza, evadiéndome de realidad, y volteé mi mirada. Y allí estaba. El desconocido, el chico de los porros, Dougie. Estaba con la mirada, otra vez oculta sujetando lo que debía de ser un cigarro para los demás, y un porro para él. Me quedé mirándole en silencio, él absorto en su burbuja, y alcé una ceja antes de volver a girarme hacía Logan.

                 

domingo, 18 de agosto de 2013

Capítulo 4 - "Lo llevas en solitario"





                Me reproché a mi misma el por qué le estaba siguiendo, obligándome a contestarme.  Necesito fumar, y a alguien que me lie el tabaco. Que me lo lie, y me voy. Suspiré y me adentré en el callejón, con una tibia luz iluminando el estrecho camino y las casas rosadas a los lados. Era solitario y lóbrego, pero aún así, acogedor.
                -¿Te importa que me lie antes el porro? –Me preguntó, apoyándose en una de las paredes. Arqueé una ceja con despecho y el volvió a sonreír -. ¿Por qué me miras así?
                -No deberías fumar esa mierda.
                Se encogió de hombros y su aspecto se volvió sereno.
                -¿Vas a decirme lo que es bueno y malo para mí, un desconocido que no te deja fumarte el último cigarro?
                Carcajeé negando suavemente con la cabeza. Dougie había centrado su atención en empezar a liar, de modo que me tomé la libertad de analizarme con espero.
                -No.
                Me fijé en sus manos. Deshizo el cogollo con tanta facilidad junto al tabaco que mi atención se captó en verme maniobrar. Un silencio ahogado por el tráfico al final de la calle era el único que acompañaba a aquel momento.
                -¿Puedo hacerte una pregunta? –Cuestionó sin mirarme.
                -Hacerla, puedes.
                -¿Has probado alguna vez la marihuana?
                Sus ojos azules verdosos me miraron esperando la respuesta. Una sonrisa se escapó por la comisura de sus labios cuando fruncí el ceño. ¿Qué debía contestarle? ¿La verdad? Al fin y al cabo, era un desconocido del cual solo me hablaría aquella noche.
                -Sí.
                -¿Cuándo?
                Fruncí el ceño. Odiaba las preguntas, y más siendo aquellas. No sabía por qué le había contestado; quizá por ser un desconocido. Sabía que si se hubiese tratado de Paula o Logan, les hubiera mentido.
                -Hace tiempo.
                Una nueva sonrisa se profundizó y siguió liando. Aquellas sonrisas constantes de él me empezaban a sacar de mis casillas.
                -¿Quieres unas calas? –Me preguntó.
                -¿Qué? –Exclamé y su rostro se levantó, sorprendido -. Claro que no. ¿Me ves cara de drogadicta?
                -¿Me estás llamando drogadicto?          
                -Tal vez. Un poco –Desafié con impertinencia -. Me acabas de incitar a darle una puta calada a… eso. ¿Crees que te servirá de algo? ¿O a mí? Sería el camino directo hacía la mala vida.
                Dougie frunció el ceño y terminó de liar. Acarició el porro, bien prensado mientras se quedaba callado. Noté como mis propias palabras me golpeaban a la cara, sabiendo que le había molestado. Pero no iba a pedirle perdón; ni quería, ni podía a alguien tan desconocido.
                -Creo que lo mejor será que me vaya –Dije, suspirando incómoda -. Ya nos v…
                -¿Qué dices? –Dijo con una carcajada. Se ajustó el gorro, pero se despojó de la bufanda y se sentó  en un pequeño portal iluminado y solitario -. Ven, desconocida, te voy a enseñar a liar.
                -No voy a aprender.
                -Te aseguro que conmigo lo consigues –Me incitó mientras me sentaba a su lado -. Pero va a ser muy práctico. Si hace falta, te pago el paquete de tabaco.
                -No, no hace falta que… -Dije negando suavemente. Si debía fumar marihuana y a saber que cosas haría más aquel tipo, no quería saber el dinero que debía de deber o simplemente, gastar. – Yo iré a comprármelo.
                -¿Por qué no me dejas comprártelo? –Frunció el ceño. Sabía que sospechaba la verdad del por qué, pero una sonrisa apareció en la comisura -. Venga, di.
                -No hace falta que te lo gastes en alguien que no conoces, como yo –Suspiré, buscando las palabras -. Sabía tus necesidades o lo que sea.
                Carcajeó estruendosamente. Era una risa aguda pero profunda, pura, sin ser ronca ni nada. Una risa impropia para a alguien que se escondía de la gente para tomar drogas.
                -Te aseguro que tengo más pasta de la que crees –Me guiñó un ojo que centelló a la luz -. Y te compraré dos paquetes.
                Sonreí alegremente. Resultaba cómoda la presencia de aquel desconocido. Exceptuando el aroma de cannabis que lanzaba, un perfume dulce se escondía en aquel abrigo y suéter. Ni rastros de tufo de basura ni nada, parecía alguien muy normal. Demasiado para drogarse.
                -¿Tu familia sabes que fumas? –Me atreví a preguntar.
                Sus ojos se levantaron, vacilando hacía mí. Me inspeccionó, sereno, sin saber si decirme la verdad o qué. Finalmente carcajeó suavemente mientras una sonrisa de dientes me sonreía.
                -No. Alguna que otra vez me han pillado, pero creen que no –Volvió a fruncir el ceño y su rostro se gesticuló preocupado -. Ni mis amigos.
                -¿Entonces? ¿Llevas todo esto solo?
                -Así es.
                -¿Y por qué no se lo cuentas a alguien? ¿Alguien que sepas que te va a ayudar?
                -Porque es mejor que nadie se entere, si nos sería demasiado revuelco. No quiero ayuda… y supongo que debes de ser la única persona que lo sepa.
                -Pero yo no te conozco.
                -Entonces nadie que conozca lo sabe –Sonrió -. Me basta con que lo sepa una desconocida gritona y refunfuñona. Pareces justa. Creo que no harías nada para evitar que tomara.
                Suspiré. Podían llamarme egoísta y tal vez mala persona, pero estaríais en lo cierto. Era así, con todos, hasta conmigo. Era su vida y no me iba a meter, y menos, sin importare.
                -Entonces haces bien en contármelo. Tu tampoco… -Me mordí el labio y su ceño se frunció. Noté en aquella tibia luz las grietas de blanco y sus ojos parecieron brillar con más misterio. No me gustaba sincerarme con nadie tampoco, y no sabía si con él sí. Al fin y al cabo, serían oídos para desahogarme… -. Tú tampoco me pondrás pegas al fumar, como Logan. O me incitarás a leer algo de lo que escriba.
                Sonrió suavemente, de repente.
                -¿Escribes?
                -Sí. Es mi… vocación, supongo.
                -Entonces yo nunca querré leer lo que escribes –Prometió y volvió a sonreír -.¿Logan es el que suele venir contigo?
                -Así es.
                No dijo nada. Ninguna sonrisa apareció pero sus ojos se achinaron suavemente con dulzura y cogió el tabaco.

                -Mira, te voy a enseñar. Vas a aprender enseguida a liar –Dijo, y sin darme cuenta, me acerqué más a él. El olor a cannabis menguó, y el de su perfume me embriagó más.

martes, 13 de agosto de 2013

Capítulo 3 - Callejones lejano de viento


-No me ayudaría mucho a liar bien –Su mano se abrió, desnuda del guante, para dejarme ver un cogollo de marihuana -. Pero si quieres te lo devuelvo. Sé que te pasas por aquí de vez en cuando, me he fijado –Me sonrió una vez más cuando captó mi mirada de nuevo hacía él, y una sonrisa de lado se presentó con cordialidad, pero la misma frivolidad -. Soy Dougie.
                Miré con repugnancia aquello de sus manos y levanté mi mirada, frunciendo el ceño de nuevo a sus ojos. Entendía el por qué no iba a liar bien. Su nombre me sonó repugnante, volviendo a traer cierta repugnancia del pasado y aparté la cara de aquel cogollo. Su olor comenzaba a embriagar.
                -Quita eso de ahí –Su mano se apartó rápidamente, y su cara adoptó una mueca de confusión -. Olvídate. No voy a darte mi último cigarro para que te drogues.
                -¿Qué más da? No tienes por qué preocuparte. No me conoces, ni yo a ti.
                -¿Y qué? –Dije con descaro.
                -¿Me lo vas a dar o no?
                -No.
                Una sonrisa se embozó en sus labios y levantó la mirada al tráfico. Asintió lentamente y tras unos segundos, dio media vuelta con tranquilidad. Volví a ignorarle, y posé de nuevo el cigarro en mis labios, cuando caí en la cuenta de un pequeño detalle.
                -Eh, tú –Le llamé. Se detuvo y me miró con el ceño fruncido, sereno -, Dougie, ¿no? –Él asintió -. ¿Tienes mechero?
                Carcajeó al aire mientras el humo del frío nubló su rostro. Una sonrisa triunfante me sonrió con malicia, y me guiñó un ojo.
                -No voy a darte mechero para que te drogues con tabaco.
                Me dio la espalda, y caminó hasta la valla de nuevo. Cogí con fuerza pero cuidado el cigarro de mi boca y me mordí el labio, enfadada. Maldito hijo de puta, pensé. Volteé mi cabeza para mirarle. Había vuelto a taparse la cara y en aquel momento sacaba una pequeña bolsita oscura que debía de ser el chivato. “Fumata de mierda” pensé, y me levanté enrabiada del sitio.
                Caminé de pronto dirección hacía él. Estaba enfadada con aquel tipo, en dos minutos de relación había llegado a odiarle, y no reaccioné con la cabeza. Su mirada volvió a levantarse, sorprendido al verme acercarme a tanta velocidad, y sus manos se detuvieron. Su cabeza se levantó de nuevo, volviendo a apartarse un poco la bufanda y me miró callado cuando me paré enfrente de él, esperando una respuesta.
                -Ten tu maldito cigarro. Espero que disfrutes de ese quitaneuronas –Y le lancé el cigarro a los brazos.
                Una carcajada simpática se rió de aquello, pero di media vuelta y me alejé. Imbécil, me repetí, y notaba mi cuerpo arder de rabia. Me alejé un par de bancos más lejos, y a la suficiente distancia como para no poder notar su presencia, me dejé caer de nuevo en el banco.
                En aquel momento, sentí la necesidad de llamar a Logan. Estaba mucho más furiosa, pero podía notar como el tema mi derrota en la editorial estaba un poco más apartado de mi cabeza en aquel momento. Suspiré, cansada de todo en general, y saqué el tabaco de liar del bolsillo.
                Miré enfurecida al maldito paquete. Aquella noche, el aire soplaba con fuerza. Abrí el paquete, y con cuidado por culpa de las ráfagas de aire, dejé caer un poco de tabaco en mi mano. Cerré el puño nada más vi como con facilidad volaba ya, y la impotencia me consumió aún más. Sentí la necesidad de gritar y tirar todo aquello al agua, mientras mi pecho me ardía. Aquella mala suerte no debía de ser normal.
                -¿Es la primera vez que lías? –Oí la voz del desconocido delante de mí de nuevo.
                Levanté la mirada, azorada al notar su presencia. Se había acercado todo lo que me había alejado, pero su bufanda seguía tapando su rostro.
                -¿Y por qué tiene que ser la primera vez que lie, eh? –Pregunté a la defensiva, levantándome del sitio, furiosa.               
                -Porque si supieras, sabrías que te va a resultar imposible liarte aquí ese cigarro.
                -Bueno, tú también te ibas a liar el porro.
                -Esta noche está difícil con este aire.
                -Pues ya está. Encárgate tú de lo tuyo, y yo de lo mío –Dije, y me apoyé de espaldas al aire en la valla.
                Esperé a que se fuera, pero no se volvió. Levanté rápidamente los ojos, para encontrarle mirando mis manos. Había vuelto a sacar el papel y la boquilla, y me disponía a liar.
                Bufé nerviosa. Estaba buscándome, pero no iba a dejar que me encontrara. Si pretendía intimidarme o molestarme, no lo iba a hacer. No le iba a dar ese placer. Empecé a liar el tabaco con cierta dificultad y me di cuenta de que aquello era más difícil de lo que parecía. Era demasiado frágil.
                -Lo estás haciendo mal. Así te va a salir una patata, y más aquí.
                -Que te calles.
                -¿Quieres que te lo lie yo, y así aprendes?
                -He dicho que te calles. Déjame.
                Una carcajada se rió de mi contestación. Volví a mirarle, pero él estaba atento a mis manos. La bufanda volvía a caer por su cuello, sin ocultarle, y descubrí una sonrisa perfectamente limpia y alienada. Impropia para alguien que iba de incógnito fumando marihuana.
                Mientras tanto, notaba perder las casillas en aquella chapuza que intentaba liar. La mitad se me caía, y la otra se me iba volando en ráfagas de viento. Sabía que estaba despertando lo peor de mí, y odie la sensación de perder la calma delante de aquel paleto. Pero aquello era complicado, realmente complicado.
                -Anda, trae, te lo lío yo.
                -Que me lo quiero liar yo.
                Negó con la cabeza y se acercó a mí. Un perfume me embriago nada más se acercó a mí, a bastante distancia y acercaba sus manos, en aquel momento desnudas, a las mías para que no se volase el tabaco al pasarlo. Miré rápidamente su rostro, cabizbajo y concentrado en mis manos y me sorprendí al verle tan cerca. No olía a marihuana, y su ropa parecía recién sacada de la lavadora por el aroma.
                Inconscientemente, accedí a darle mi tabaco. No tardó en separarse de mí, permaneciendo concentrado en que nada se perdiera, y cuando creó dos pasos de distancia, levantó la mirada hacía mí. En aquel momento, yo seguía observándole.
                -Que raro que no tengas los dientes amarillos y cucados, ni huelas ya de por sí a marihuana.
                Una sonrisa aún más amplia sonrió ante aquel comentario.
                -¿Eso es algo bueno, no?
                Fruncí el ceño.
                -Sigues siendo un gilipollas.
                -Pero no tengo apariencia de yonki según tú. Gracias –Sonrió pícaramente, y se dio la vuelta en dirección a las callejones más alumbrados -. Venga va, no te quedes atrás desconocida.

                Y sin rechistar, me mordí la lengua y eché a andar siguiendo sus pasos.

jueves, 8 de agosto de 2013

Capítulo 2 - El último cigarrillo

Chanchaaaannnn. Y aquí aparece por fin alguien :) No os acostumbréis, ni menosprecieis la forma en la que aparece él... tengo pensado varias ideas para animar al fic, así que, seguid leyendo, y subidme las visitas para saber quien lee.
Espero que os guste. Besoooooos.







               Podía notar el corazón palpitarme a tiempo que mi cuerpo se convulsionaba. Odiaba aquel ascensor de la editorial. Resoplé mientras me levantaba sobre los talones, estrujada por los hombres con corbata y las mujeres de vestido a mi lado. Odiaba sentirme apretada.
                Por fin dio el aviso de mi planta. Me deslicé entre los hombros y salí de allí. Claire ya estaba allí, hablando con una chica pelirroja que debía de ser la becaria. Me dejé caer sobre el mostrador y escondí mi cabeza entre mis brazos, incapaz de ver la repuesta de los resultados cuando me observara. Noté el suspiro delante de mí, y mi mandíbula comenzó a temblar.
                -Yo también te deseo buenas días, Anne.
                -Dime la respuesta. La tengo que oír, como sea. Dime que sí… -Pedí mientras levantaba mis ojos por encima, achinados por el miedo.
                Los labios de la mujer se tensaron y sus cejas se arquearon. No era buena señal… esperé el “¡Sorpresa! Ha ganado tu obra y va a ser publicada” pero aquel gesto comenzó a prolongarse más de lo que debía. Y seguía sin moverse.
                -Claire…
                -Puedes escribir cosas muy mejores que esa obra. He leído las redacciones que mandaste como prueba.
                -¿¡Pero y el resultado!? –Exclamé, agarrándome por los hombros.
                -Lo siento, Anne.
                Noté mi vista oscurecerse. No. Era mi última oportunidad para sobrevivir un puñetero mes más por mi cuenta, y allí estaba la respuesta. No había tenido suerte; dudaba siquiera de la más mínima. Dejé caer mi cabeza de nuevo sobre mis brazos y reprimí las lágrimas.
                Era una derrota fácil, habían muchas más oportunidades y mejoras, pero yo necesitaba aquella. Noté como mis esperanzas y autoestima se rompían en mil pedazos, cayendo en un profundo abismo, junto a mi economía. Solo había pedido aquella oportunidad.
                -¿Cuál es la obra ganadora?
                -En medio años volveremos a buscar otro libro, puedes presentarte con algo mejor.
                -La obra ganadora, Claire.
                De nuevo, aquellos suspiros suyos que querían reprimir la respuesta salieron. Me daba igual. Quería que me contestase.
                -Es de una chica inglesa, algo más mayor que tú.
                -¿De qué trata?
                -Temática de amor.
                -¿Y cómo se llama la obra?
                -“Billy and me”, de Giovanna Falcone.
                Memoricé el título. Asentí lentamente, cayendo en la idea de que mi oportunidad había pasado. Podía notar mi autoestima rozar mis tobillos, bajos, faltos de ánimo y esperanza. Suspiré y me esforcé por sonreír.
                -Ya me lo leeré –Me di media vuelta sonriendo a Claire una vez más -. Ya nos vemos, avísame cuando sepas de alguna oportunidad más.
                -Anne –Me llamó. Mis ojos la miraron de soslayo, esperando la respuesta - ¿Estás bien?
                -Claro –Carcajeé desde alguna parte de mi pecho, profunda y muerta. Apreté los labios conteniendo las ganas de llorar, y me dirigí al ascensor sin girarme.
               


                Las llamadas perdidas se acumulaban en mi móvil. El vibrar de éste taladraba mi cabeza, el cual no cesaba con impertinencia. Sabía de quién se podía tratar. Solo había una persona que se acordaba de mis tareas y eventos importantes. Solo había una persona que sabía que era capaz de fundirme el móvil hasta que supiera de mi estado. Y justamente, era la última persona con la que me apetecía desahogarme.
                Resoplé llena de nervios cuando sonó la decimo-séptima llamada. Contuve mis ganas de tirar el móvil por la ventana, e intenté centrar mi mirada en la aburrida película que emitían en alguna canal poco conocida. A pesar de ello, no lograba centrarme en ella, estando desorientada. Mi portátil descansaba alejado, sobre la mesa de la cocina bañado entre sombras de soledad.
                No quería escribir. ¿Para qué hacerlo? De poco sirve si es en vano mi esfuerzo, pensé. De nuevo, la novela ganadora resonó en mi mente y noté mi pecho arder. ¿Billy and me? No sabía de que trataba, pero no podía evitar mi hipocresía al juzgar aquella novela por el título. No. Me había quitado el puesto que yo había ansiado. Era egoísta, pero también inevitable.
                Me levanté del desgastado sofá de cuero y apagué el televisor, tirando con prepotencia el mando sobre el cojín. Necesitaba tomar el aire, aquella noche me ahogaba. Miré el reloj y un gemido se escapó de mi garganta. No eran ni las nueve de la noche. El móvil descansaba sobre la mesita de cristal, ahora tranquilo, pero no tardaría en llamar. Quería verle, necesitaba hablar con él. A pesar de que en aquel momento no quería ver a nadie, y menos a él por su constante cariño y conmiseración por mi mala suerte, necesitaba su apoyo. Me enfadé conmigo misma, cargando mis pulmones por mi debilidad y salí de casa dando un portazo.
                Probablemente me iba a arrepentir de no tener a alguien con quien hablar, pero sabía que era capaz de volver a ser ruda con Logan si lo tuviera delante. Era mejor esperarse al día siguiente para hablar más pacíficamente, y contarle que una vez más, habían rechazado mis escritos. La cólera me nubló más el sentido. Ya había perdido la cuenta de la de veces que había sido rechazada.
                La voz del taxista me alejó de mi burbuja de pensamientos. Una luz cegadora me fulminó, y “Westminster” sonó delante de mí. Pagué el viaje y salí de aquel vehículo para saludar el frío que parecía desgarrarme aún más aquella mohína noche. Por algún extraño motivo, mi cuerpo reaccionó bien a aquella temperatura. Necesitaba frialdad en aquel momento, un momento reflexivo y tranquilo para pensar.
                Sonreí por no haberme traído a Logan aquella noche. Sabía que la calidez que el lograba darme la hubiese recibido con un polo negativo en mi humor.
                Anduve hasta el quiosco más cercano que doblaba la calle. Estaba vacía la tienda, y a punto de cerrar, pero me apresuré para entrar. Sabía que tenía que recurrir a aquello por mi bien económico, y cuando me atendió la dependiente cargada de arrugas, noté como las palabras me sonreían en mi contra disfrutando de mi propia humillación.
                -Tabaco de liar, papel y boquillas, por favor.
                Quise vomitar aquellas palabras.
                Me lo guardé en el bolsillo de la chaqueta y caminé de nuevo hasta los bancos de enfrente del río Támesi. Me senté en él, ignorando a toda la gente, turistas y paseantes de alrededor, y saqué mi último cigarro del bolsillo. Me quedé mirándolo, apreciando aquel estampado canela de leopardo de la boquilla, y me despedí de aquel placer de fumar con más estilo.
                Me lo deposité en la boca con cuidado, buscando el mechero en alguna parte del pantalón, cuando me di cuenta de que se me había olvidado.
                -Disculpa, ¿tienes un cigarro? –Oí arriba mía.
                Levanté la mirada con sigilo para encontrarme con una figura conocidamente desconocida. Aquel hombre de gorro de lana, abrigo y bufanda que ocultaba con bastante cuidado su rostro estaba enfrente mía. Fruncí el ceño, ante el desconcierto de oír su voz. Era suave y tranquila, lo contrario a lo que había imaginado.
                -Es el último que me queda.
                -He visto que has entrado al quiosco de allí –Señaló, levantando la vista. Una carcajada impertinente se mofó de mí -. Y no creo que haya sido para comprar revistas.
                -¿Me has controlado? –Pregunté con descaro, agarrando el cigarro de mis labios.
                -Simplemente me he fijado en ti –En aquel momento, cambiando de ángulo, unos ojos azul verdosos sonrieron junto al destello que proyectaba la farola de encima nuestra -. Por favor.
                -¿No te importaría que fuese de liar? Es el último cigarro de paquete en mucho tiempo.
                En aquel momento, levantó su mano libre para apartarse la bufanda de la cara, mostrando su rostro. Un chico de cara ovalada, suaves cejas rubias que contrastaban con el mechón de pelo que le caía por el gorro y cierta barba de dos días me enseñó los dientes, dejando claro que le venía apurado aquello. Fruncí el ceño, fijándome con atención en cada detalle suyo mientras estiraba su otra mano, cerrada en puño a mí.

                -No me ayudaría mucho a liar bien –Su mano se abrió, desnuda del guante, para dejarme ver un cogollo de marihuana -. Pero si quieres te lo devuelvo. Sé que te pasas por aquí de vez en cuando, me he fijado –Me sonrió una vez más cuando captó mi mirada de nuevo hacía él, y una sonrisa de lado se presentó con cordialidad, pero la misma frivolidad -. Soy Dougie.

martes, 6 de agosto de 2013

Capítulo 1 - Escritos nunca leídos

Buenas!! He cambiado el diseño del blog. Si alguién leyó mi otro fic de Judd, The appearances deceive se habrá dado cuenta de que es muy semejante, pero por ahora, es solo provisional hasta que sepa como tenerlo. No voy a andarme con muchos rodeos, sé, como lectora también, que muchas esperáis la aparición de algún McGuy lo antes posible, y como se que no todas disfrutarán tanto como otras leyendo momentos con Logan, os aviso de que ya al próxima capítulo, un McGuy aparece :)
Muchas gracias a las que leyeron el prólogo, sobretodo a Dapphy:) besos!





Subí los últimos escalones del rascacielos, y sofocando un suspiro agotador, terminé de subir al octavo piso. La editorial que me estaba evaluando rozaba casi las nubes, y las ventanas siempre estaban cubiertas del vaho y un frío anormal. Caminé con las piernas temblando a cada paso, y podía notar como el más mínimo ruido intentaba hacerme perder las casillas.
                El mostrador se extendía, con la recepcionista Claire sobre él. Cuando me acerqué, sus ojos me captaron y su cabeza apartó la mirada de una revista de moda para recibirme. Una sonrisa ya forzada y común me saludó.
                -Buenas tardes, Anne. ¿Lo de siempre?
                -No concretamente. Venía a preguntar si podían darme un par de día para terminar la copia.
                Un suspiro cansado y pesado se escapó de Claire. Era una mujer rolliza, de color y rondaría los cuarenta y poco años. Era generosa y afable, pero aún así, poseía un carácter fuerte.
                -El plazo se acaba en menos de una semana, y ya lo he retrasado bastante, querida.
                -Lo sé, pero he tenido algunas dificultades –Oprimí una mueca de incomodidad -. Aunque solo fuese un día.
                -Cariño, hay muchas más personas que presentan lo suyo. Tal vez deberías probar en otra editorial; aquí en Londres te pueden surgir muchas oportunidades.
                Suspiré, con el corazón comenzando a subirme por la garganta. Odiaba aquel tipo de palabras.
                -Está bien, no pasa nada. Veré si puedo hacer algo.
                Claire rodó los ojos. Volvió a suspirar, y cerró su revista de moda para observarme con criterio.
                -Dos días, ni una hora más –Sonreí todo cuanto pude -. ¡Y no me vengas con esa cara! No sé ni cómo me las ingeniaré para conseguirlo. ¡Pero quiero un buen trabajo, Anne!
                -Descuida –Dije aferrando mi bolso con firmeza -. ¡No desperdiciaré la oportunidad!
                Di media vuelta y volví a caminar hasta las escaleras. Podía notar como todo el peso acumulado en el pecho caía a mis pies, y la ligereza de mi cuerpo volvía a dejarme caminar con ligereza. Tenía que ponerme a escribir cuanto antes si no quería quedarme sin obra.
               

                Me obligaba a quedarme en casa dedicando todo mi tiempo para escribir. Parecía que las palabras no quisiera fluir, pero tenía que sacarlas a la fuerza si no quería fracasar en aquello también.
                Los días habían pasado volando, y apenas me quedaban tres días para terminar la obra. Era consciente que las posibilidades de que aquella novela pobre se publicase eran casi nulas, pero no tenía ni el suficiente tiempo ni inspiración para mejorarla. Las palabras eran forzadas y la trama simple, pero lo único con lo que contaba era en una descripción y progreso suave y fácil.
                Un par de golpes detuvieron a mis dedos, desquiciados de tanto escribir. Miré fijamente a la puerta, mientras la poca luz del salón no delataba mi presencia. Me callé y me quedé quieta; no quería visitas de nadie, o solo haría que retardarme.
                Pero los golpes no tardaron en volver a aparecer. Una pulsación animada comenzó a marcarse en la madera de la puerta, esperando que abriera, y lo único que pude hacer fue soltar un quejido en voz alta. No podía disimular que no estaba en casa ante aquella visita.
                Abrí la puerta de golpe para encontrarme unos ojos celestes y una media sonrisa apoyada sobre el marco de la puerta. A su espalda, la cabellera rubia que ya conocía desde hacía unos meses me saludó con refrescos en las manos.
                -¿Qué hacéis aquí? –Dije indignada.
                -Yo también me alegro de verte, Ann –Me saludó Paula. Me abrazó rápidamente mientras me depositaba un beso en la mejilla -. ¿Qué tal la novela? ¿Fluye?
                -No, no lo hace, y tengo un reloj que corre en mi contra –Sentencié sin cerrar la puerta, esperando que diesen media vuelta -. ¿Qué habéis traído?
                -Tú subsistir –Rió Logan dejando caer los dos cartones de pizza en la mesa -. Supongo que nos puedes dedicar una hora, para desconectar, ¿no?
                -No –Dije con una sonrisa mientras cerraba la puerta -. ¿Sabes la cantidad de calorías y grasas que traen las pizzas?
                -Lo quemas todo con los dedos de tanto escribir, no te preocupes.
                Carcajeé mientras encendía las demás luces para dar vida a mi casa. Paula no tardó en seguirme hasta la cocina en busca de vasos, y allí no tardó en acorralarme con sus nuevas noticias.
                -Tía, te juro que cada vez soporto menos este trabajo –Corroboró sin mirarme -. Siempre los mismos clientes, siempre la misma rutina. ¡Yo necesito algo nuevo!
                Paula era maquilladora, y en su tiempo libre, niñera. Tenía un año más que Logan y yo, los veinte, y dedicaba su mayor parte del tiempo a hablar. Tenía sus extrañas aficiones, sus comentarios incoherentes que lograban diferenciarla de los demás. Era una de las personas más bastas que conocía, pero aun así, cuidaba su aspecto ante todo, tan repelente como siempre.
                -¿Y por qué no le pides a Logan que te consiga algún trabajo más dentro del mundo del espectáculo? –Le animé. Sabía que ella aspiraba a aquello, pero nunca hacía nada para conseguirlo -. A él no le costaría ponerte dentro.
                -Porque no, tía. ¿Y si lo hago mal? Ahí no puedo cometer errores, y es demasiado –Comenzó a negar suavemente con la cabeza, rechazando siguiera la imagen -. No y no. Sería mi fracaso laboral para toda la vida.
                Carcajeé. Era la persona más obstinada que conocía y de poco servía insistirle. Cogimos lo que nos hizo falta, y no tardamos en reunirnos los tres en mi salón. Aquel martes, el frío parecía azotar más nuestras frágiles pieles.
                -Y bueno, ¿esta novela me dejarás leerla esta vez? –Me preguntó Logan intentando hacerse con el portátil. Le tiré el pan de la pizza a la cabeza, que rebotó sobre ella y terminó en su regazo.
                -Solo si se publica.
                -Venga ya, nunca me has dejado leer nada tuyo, Lise.
                -A ti ni a nadie –Me encogí de hombros -. Ya sabes que no me gusta que lean las cosas que escribo.
                -¿Por qué?
                Sonreí irónica ante aquella pregunta.

                -Porque no me considero lo bastante buena como para ser leída.

domingo, 4 de agosto de 2013

Prólogo:

Bueeeeeeeenas! espero que este fic tenga más salida que el otro, y sobre todo se lo dedico a Dapphy :) En fin, intentaré subir con regularidad a pesar de mi poco tiempo para centrarme aquí, pero en menos de 5 días tendréis el capítulo 1 :)
_______________________________________________________________






                Resoplé expulsando toda la frustración que tenía en el cuerpo. Me recosté sobre la silla, con la única luz de la pantalla del ordenador cegándome y leí las últimas líneas. Y de nuevo, bloqueada.
                Inspeccioné las sombras de oscuridad del solitario piso. Todo parecía muy tranquilo y relajado; apenas el tráfico de Londres se oía en el exterior, y una suave brisa helada y húmeda parecía entrar traviesa por mi ventana. La noche se extendía más allá, una noche solitaria de miércoles, y todo parecía estar en mi cuenta para escribir.
                Pero me había vuelto a bloquear. Aquella era la tercera novela que comenzaba, y no llevaba ni cincuenta páginas y las palabras se oxidaban. “Maldita inspiración, corres en mi contra” susurré a mi cabeza mordiéndome los labios. No eran ni las doce de la noche, y no había aguantado ni dos páginas escritas.
                Septiembre corría por las calles de Londres con tanta rapidez y a contratiempo que asustaba. Tenía que avanzar en la novela, aún indefinida, pero nada me convencía. Los nervios comenzaban a perforarme el pecho, cada día más, mientras el tiempo se agotaba.
                “Necesito salir de aquí” Me dije desde dentro, y corrí a coger el Samsung. Solo había una persona capaz de recorrer en una noche laboral y fría Londres conmigo, y era la misma que siempre tenía un sí para las salidas.
                -Estoy bloqueada –Salude nada más se descolgó el teléfono.
                -¿Otra vez? –Un suspiró rasgó la línea -. ¿No se supone que esta era la novela definitiva?
                -Falta de inspiración –Suspiré resignada, y decidí asomarme por la ventana cubierta de vaho. Apenas gentío recorría las calles a aquellas horas -. ¿Estabas ocupado?
                -No, solo estaba viendo los monólogos pasados que he encontrado por mi cajón.
                -En Westminster en media hora, entonces.
                -No, Lise, ahora no –Se quejó. Él y sus contraposiciones -. Tengo que vestirme y todo.
                -En media hora –Repetí, y tras una risita, colgué.
                Me dejé caer en la butaca, mientras el silencio volvía a perforarme la cabeza. Era demasiada tranquilidad para tantos pensamientos en la cabeza. Suspiré, cansada, y por inercia recogí el bolso del sofá. Agarré las llaves, y con las piernas avanzando para salir de aquel piso, salí hacía la fría noche.


Westminster era nuestro lugar de reencuentro. Había cogido la más liviana bufanda de tela, y sufría de ráfagas heladas de viento a cada paso por mi cuello. El reloj del Big Ben descansaba arriba, rozando las doce de medianoche.
Podría decir que era mi lugar favorito de Londres. Era mi guarida para despejarme, un sitio hermético de preocupaciones. Siempre la misma luminosidad y brillo, siempre gentío y siempre vida. Allí era donde escapaba junto a uno de mis mejores amigos a desconectar; era nuestro lugar para limpiar y descansar nuestras mentes.
Me recosté sobre uno de los bancos cerca del río Támesis. El ruido del agua conseguía erizarme el vello, y dejé caer mis párpados en la demora. Aquel era otro lugar, un sitio tranquilo y lejos de los problemas.
El ruido del papel me avispó lo suficiente para entre-abrir los ojos, fuera del frío. Observé la figura del hombre que se había sentado sobre la valla que separa tierra de agua. Estaba boca abajo, y oculto tras mucho ropaje que tapaban su rostro. Lo había visto en ocasiones, y siempre hacía lo mismo. No tardaba en liarse algo, fumárselo tranquilamente, y volvía a desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.
Me volví a percatar en él como punto de atención. Siempre actuaba igual; se concentraba en su consumición, sin centrarse en nadie más. Siempre los mismos gestos, siempre las mismas miradas nerviosas a la multitud. Pero él seguía acudiendo allí, con la misma inseguridad, algunas noches. Era una de aquellas personas que te fijas sin importancia, y que siempre encuentras por casualidad en los mismos lugares.
-Cuatro minutos tarde, mi nuevo record –Susurró su raspada voz a mi lado, y no tardó su sombra en captar mi atención.
-Buenas noches, señor Logan –Le saludé con una sonrisa por encima de mi bufanda.
-Buenas noches, señora Lise.
Lise era su forma cariñosa de llamarme. Mi nombre completo era Anne-Lise, cosa que pocos conocían. Anne era para mí mi nombre, Ann para amigos, pero solo Lise para Logan. Fue una mala casualidad que se enterase de mi segundo nombre, pero fue su casualidad. Nadie más me llamaba así, y a nadie más se lo permitía.
Logan era mi más fiel amigo de la ciudad. Le había conocido por accidente en una de las producciones, en busca de expandir mis escritos, y había terminado obligándole a dar una de mis historias. A pesar de que aquello no tenía que haberle importado nada a él, me dio su crítica, su más dura crítica, pero también su consejo. Me había servido de ayuda y compañía desde el año que llevaba en la fría ciudad de Reino Unido, y desde entonces, no nos habíamos separado. Él había sido quien me había presentado su público lugar de desconexión, y yo era la única con la que se permitía compartirlo.
-¿Qué tal las grabaciones? –Le pregunté a tiempo de que me sacaba un cigarro y lo encendía.
-Bien, con las pruebas. No es nada seguro que me cojan, pero tengo que esforzarme –Su rostro se contrajo, frunciendo el ceño con molestia -. Te he dicho que no fumes delante de mí, Lise.
Me arrebató mi cigarro a tiempo de que lograse encenderlo. Intenté alcanzar su mano, pero me superaba en altura varias cabezas. Una risa afloró de su garganta cuando me lancé encima de él por conseguirlo, y sus ojos azules celestes resaltaron en toda aquella luminosidad.
Siempre brillaban de forma diferente allí abajo, todas las noches. Su cabello negro contrastaba con su blanca tez, y sus ojos brillaban con cierto misterio que resultaba aliciente.
-¿Quieres darme mi cigarro? –Le exigí amenazándole con la mirada y extendiendo mi mano -. Cuesta cada vez más poder comprarse un puto cartón.
-¿Nunca dejarás de fumar, verdad?
-Cuando tenga los pocos problemas suficientes como para no tener que relajarme.
De nuevo una carcajada tranquila contestó a mi actuación. Me devolvió mi cigarro, ya consumido por el viento mientras yo dejaba escapar un resoplido.
-No deberías fumar con diez y nueve años. Te estás perjudicando la salud.
                -Tampoco debería estar a medianoche aquí contigo, helándome de frío en contra de mi salud, y aquí estoy –Le guiñé un ojo con picardía -. ¿Algo que oponer?
                -Escribe más y fuma menos, nena.
                Le sonreí con ironía. “Si las palabras fluyesen tan fácilmente como el humo en los pulmones” pensé, pero me callé. Sabía que en el fondo, la idea de que fumase no le hacía gracia a Logan, pero no quería incomodarle con aquel tema. Él sabía del poco caso que hacía, y yo era testadura con mi impasibilidad hacía los consejos de mi salud.
                -Podrías comprarte tabaco de liar. Sale más económico.
                ¿Tú? –Alcé a cabeza, sorprendida y fingiendo una exclamación -. ¿Incitándome a fumar?
                -No te estoy incitando, idiota, pero si quieres fumar, hazlo de la forma más económica –Sonrió. Aquella dulce sonrisa que creaba un pequeño hoyuelo casi irreal.
                -Pues enséñame a liar tú –Le pedí con sarcasmo -. Visto así, me salé más rentable el tabaco ya hecho. Puedo fallar mucho antes de aprender.
                Negó suavemente con la cabeza, sin borrar la sonrisa de su rostro. Sus ojos se perdían en suave brillo en el río, y su respiración comenzaba a crear humo a cada exhalación.
                -¿Te vienes mañana a las grabaciones? –Me propuso, sereno -. Son las finales, y más me vale hacerlo bien.
                -¿Y quieres que esté yo por ahí, dándote la tabarra y poniéndote nervioso? No voy a ser positiva, lo sabes. Ni a darte ánimos.
                -Sí, lo sé, pero de alguna forma me sentiría más seguro –Sus ojos me encontraron, pícaros -. Pero al menos algo de ánimos me tienes que dar.
                -Nada de palabras que luego pueden ser falsas –Corté, tajante. No me arriesgaba a que sus esperanzas pudiesen ser en vanas, de modo que nunca incitaba a crear esperanzas que podían ser en vano -. Además, no puedo. Tengo que pasarme por la editorial para recoger las fotocopias del otro día.
                Un suspiro mohíno se escapó de él, pero asintió suavemente y me posó la mano por encima del hombro.
                -Entonces te deseo suerte con la obra, quizás puedas ganar. Pero no te aseguro nada; puede que me equivoque.
                -Así me gusta –Le reí con gracia, escabulléndome de él -. Demasiado amable aún, pero ya empiezas a entender mi estilo.
                -¡Venga ya! Debes de decir algo esperanzador alguna vez. ¡La más mínima!
                Me di media vuelta con una sonrisa dibujada en el rostro. Me fijé en mi alrededor, y la gente que se había ido alejando de nuestro alrededor. Busqué la sombra en la oscuridad, y el hombre que liaba, había vuelto a desaparecer.

                -Podemos encontrar un taxi a estas horas, por ejemplo. Eso no vendría mal –Dije en un susurro, pero su carcajada volvió a oírse detrás de mí.